10 de agosto de 2011

La tierra está sorda





         Un día de playa. Un día en una inmensa playa al sur de Francia. Se encuentra rodeado de miles de personas y ninguna es de su familia, que él sepa. Muchos amigos y un número que se le antoja infinito de desconocidos. En cualquier caso todos compañeros. Todos unidos por una misma justa causa los últimos tres oscuros años. Es un lugar y un tiempo donde no debería estar en condiciones normales, si la humanidad fuera más ecuánime y solidaria y menos envidiosa e hipócrita. Es el campo de concentración de la playa de Argelès y es febrero de mil novecientos treinta y nueve.


         Un par de años antes había decidido dejar su buen trabajo y su querida familia en la parte francesa de Marruecos para defender la libertad democrática que algunos habían asaltado y pretendían abolir, por la fuerza, en su país. Estuvo en Madrid. Pasó por el levante español, de donde cogió prestado el nombre a uno de sus pueblitos costeros para llamar así a su próxima hija. Es probable que estuviera en la batalla del Ebro y finalmente salió, derrotado como tantos otros miles, caminando hacía el país vecino. Francia, en la que tenían puestas tantas esperanzas de acogida amable, solidaria y fraternal después de haber luchado tanto tiempo por la libertad, los recibió recluyéndolos como a criminales en condiciones infrahumanas. Una dolorosa recompensa. Gracias a su dominio del francés, consiguió salir de la playa y embarcar en Marsella rumbo a Orán y de allí en autobús hasta su casa. Su esposa y sus, hasta ese momento, dos hijos le esperaban con una extraña mezcla de ilusión y miedo. Ilusión por el reencuentro. Miedo por lo que pudiera haber pasado en esos duros años. Podría haber pasado hambre y frío. Podría haber estado herido o incluso regresado lisiado. Podría haber visto morir a algunos, a muchos. Podría haber matado. Nunca lo sabrían. Para él comenzó otra vida. A su país, al que tanto quería que lo había dejado todo por defenderlo, aún le quedaba lo peor, treinta y siete años de poder absoluto y abusos por parte de los vencedores con la total indiferencia de la comunidad internacional.

         Esta historia real y muy cercana, redactada muy sucintamente en parte por no ser este el marco adecuado y en parte por lamentable desconocimiento, podría ser perfectamente el hilo conductor de una de las canciones que integran el disco que me viene cautivando de manera ascendente estos últimos días. Barricada ha bordado una obra titulada “La tierra está sorda” donde dan voz y altavoces a todas esas anónimas historias que, por pertenecer a los vencidos, se han quedado en el olvido general más de sesenta años. Son canciones que a todos nos sobrecogerían si algunos aún no siguieran empeñados en justificar y aprobar cuatro décadas de gobierno absolutista basado en el miedo y el terror. ¿Cosas buenas? Pues claro. Hasta el más vil y sanguinario de los asesinos en serie no podía dormir en la noche de reyes. Por eso este disco, aunque necesario, igual una parte de nuestra sociedad no está preparada para tomarlo en su justa medida. Una chica que se suicida tirándose por la ventana momentos antes de su obligado bautismo público y ejemplarizante. Trece rosadas menores que son fusiladas una noche de agosto por tener pensamientos diferentes al Régimen. Una carta de despedida emotiva, serena y valiente antes del fusilamiento. Nuestra Iglesia, amparando todos estos crímenes, obsesionada con la falsa y equívoca interpretación del legado de Jesucristo. Exiliados en alpargatas. Recuerdos de besos. Trágicas fugas de penales. El remedio de la cuneta. Y “el peor dolor es no poder compartir el vacío de estas horas”. La tierra está sorda porque a muchos los dejaron mudos dentro de ella.

         Mientras haya personas que no se emocionen con estas historias y le busquen explicaciones y justificaciones seguiremos en peligro. Quizá no de guerra, pero sí de no vivir en auténtica libertad y paz.

“…que no envuelva la sal / la piel de la memoria. / Que la quieren dejar muda, ciega, coja, sorda y rota.”

         Salud y hasta pronto.

La Carihuela, 10 de agosto de 2011