28 de febrero de 2011

La familia... y uno menos




         Recuerdo que eran días de excitación. Horas previas a su llegada, que esperábamos anhelantes desde el mismo instante de su anterior marcha. Recuerdo perfectamente que la pregunta más repetida en esos momentos previos era: “¿Cuándo llegan tita Olga y “tontón” Jack? Pero estos días me cuesta recordar su cara. Recuerdo cuando por fin sonaba el timbre de mi casa y entraban contentos y sonrientes tras un largo viaje por carretera desde la capital de La France. Los regalos que siempre nos traían era lo siguiente que esperábamos. Pero estos días me es difícil traer su cara a mi mente. Recuerdo que era una ilusión extraordinaria que se quedaran a comer o a cenar ese mismo día. Mi tío, con su horrible español, siempre bromeando, y mi tía, dulce, cariñosa y atenta con mis hermanos y yo. Pero estos días me está costando mucho ver su cara. Recuerdo una noche que, al acostarnos, ella vino a la habitación y me arropó antes de dormirme. Recuerdo cuando llegaba la hora de la partida y sabíamos que volverían en unos (largos) meses. Pero estos días me está costando recordar su cara. Recuerdo cómo, a mi novia y a mí, nos acogieron en su casa de Paris y posteriormente en la de Pau. Recuerdo cómo lo último que les importó cuando nos robaron su carísima cámara de fotos fue la dichosa máquina. Lo primero éramos nosotros. Y lo segundo también. Pero ahora no soy capaz de recordar claramente su cara. Recuerdo cuando decidieron venir a vivir a España para estar cerca de su familia. Pero, ¿por qué no puedo recordarla ahora? Recuerdo cuando, hace un par de días, llegué demasiado tarde al hospital. Quizá por eso me está siendo tan difícil visionarla. Aunque ya la empiezo a ver.



         Recuerdo cuando yo renegaba de la familia. Supongo que todos hemos pasado por esa etapa, aunque, por los comentarios de mi entorno, parecía que era el único en comportarme de esa manera. Hace unos años una persona muy cercana a mí en mi trabajo me dijo: “cuida de la familia, al final es lo único verdadero que tenemos”. Desde entonces, casi sin querer, comencé a darme cuenta de que su afirmación no era gratuita y de que la familia era una parte importante en la vida de las personas. Últimamente he experimentado, por diversas vías, que la familia siempre está y estará ahí. La familia compuesta por los miembros que quieres y que te quieren, sanguíneos y no sanguíneos  (vosotros sabéis quienes sois). Por eso, cuando falta alguien, por muy esperado que sea, y ese alguien pertenece a la familia, es muy difícil soportarlo e imposible sustituirlo.

         Ayer despedimos a mi tía, ya no volverá en unos meses en sus próximas vacaciones. Desde entonces somos uno menos. Pero ya puedo verla, ya lo he logrado, riendo con su sonora carcajada y cuidando de su familia. Gracias.

(Hoy no hay cita musical, tan solo escucha a Albinoni)

         Salud y hasta pronto.

Torremolinos, 28 de febrero de 2011

21 de febrero de 2011

Crónicas del pueblo.- La noche. El día





         De vuelta a casa, paseo por las calles del pueblo. Un rumor lejano llega hasta mis oídos. Es un sonido agudo y relajante. La noche en la villa vecina de la montaña invita a ir sin prisas. A disfrutar de cada paso, de cada imagen y de cada sonido. Camino solo, con una sensación de serenidad, tranquilidad y libertad que pocas veces se consigue. El murmullo es más cercano. Mis pasos suenan firmes y suaves. Una farola alumbra un blanco rincón. Un ladrido. Es bien entrada la noche y no tengo urgencia por llegar. No hay riesgos. La noche me acompaña en mi regreso a casa después de una velada con amigos. No hay coches, no hay motos, no hay cinturones de seguridad, no hay cascos, no hay prisas. Alzo la vista y veo estrellas. Aquí sí existen. Nada las esconde. Voy llegando al origen del sonido. Cada vez es más relajante y placentero. No desentona en la noche. La acompaña. De vez en cuando otra vez el perro. La montaña nos abriga y nos da cobijo. En unos pasos podría estar junto a ella. Los tres acompasados chorros de la fuente desvelan el misterio. Llego a casa. Se escucha el agua.


         Salgo de casa. Hace un día esplendido. Una ligera brisa aconseja que la sombra no es buen lugar para quedar parado. Las gentes comienzan su ajetreo diario en la calle principal. Lo justo. El café y la tostada con tomate y aceite de oliva son degustados al calor del sol que entra por una de las ventanas del bar. Me dirijo a las afueras. Sin coche, sin moto, sin cinturones de seguridad, sin casco. Sin prisa. En unos minutos me encuentro fuera del pueblo. He pasado junto a la fuente que continúa su musical particular. La sierra se alza majestuosa sobre mí. Unos almendros blancos como nevados. Unos castaños vacíos deshojados. Unos álamos escoltando el rio, que continúa su constante rumor. No hay nadie. Cada cual está a sus tareas rutinarias. Pero sí la hay. Los pinos y las encinas rodean y vigilan a los anteriores. No me siento solo, aunque lo estoy. Me abrigo un poco más, el sol calienta lo justo. Me siento a escuchar. El río fluye. Se escucha el agua.

“…Y allí quedé sentado junto al camino / mientras me salpicaba el agua de río / Miles de sueños iguales al mío / miles de gotas de agua de río”
         Salud y hasta pronto.

Aldeire, 21 de febrero de 2011

3 de febrero de 2011

Palabras más, palabras menos




         Hoy me ha vuelto a pasar. Otra vez me he cabreado. Una vez más los acontecimientos me han sobrepasado y de buenas a primeras me he visto despotricando de este, de ese y, sí, sí, de aquel también. No se ha librado ni el tato. Y es que cuando me enciendo soy como un obús, como una granada, aunque al poco me deshincho y tal bomba se convierte en un simple globo. Aunque un globo turgente, muy turgente, a punto de estallar. Afortunadamente para todos nunca llega a reventar y al poco rato, una vez desinflado, uno se cuestiona: ¿y a cuento de qué cojo yo estos sofocones?
         Se preguntarán ustedes qué es eso que consigue sacar de sus casillas a alguien tan sereno y pausado. Pues bien, no son peleas de enamorados, ni disgustos académicos, ni discusiones de tráfico, ni tan siquiera una buena reunión de comunidad vecinal. Lo que me irrita poco a poco hasta, en ciertas ocasiones como la de hoy, desparramar demonios desde mi boca no es otra cosa que la hipocresía humana llevada al límite. Sí, así es. Evidentemente no de forma genérica sino concreta. Por eso me afecta de tal manera.


         ¿Se pueden creer que existe gente que, cuando les es conveniente actúan de una manera (con la legalidad por delante) y cuando les interesa cambian radicalmente de actitud (dando la espalda a esa legalidad que defendían pero silbando disimuladamente)? Ojalá no fuera una pregunta retórica e irónica a la que además acompaña una respuesta que pido prestada al extremoduro Robe Iniesta: “Pues créetelo, chaval”.

         Sí, esta mañana he sido testigo, una vez más, de que hay gente, más de la que nos gustaría que hubiese, que son como el perro del hortelano: que ni come ni deja al amo. Gente que no se atreve a venir a decirte ciertas cosas supongo que por miedo a que la palabra les convenza de que están en un error. Gente que te dice las cosas a medias supongo que por miedo a que la palabra les contradiga en la otra mitad. Gente que deja de pagar el alquiler de su vivienda sin dar ninguna explicación, la misma gente que antes te exigía que todo estuviera más que perfecto, supongo que por miedo a que la palabra les quite la razón que obtuvieron en sus radicales círculos íntimos. Son gente que exige, exige y exige pero cuando llega el momento de asumir sus responsabilidades desaparecen. Se esfuman. Pero, eso sí, ellos siguen creyendo, en la sombra, que tienen la razón de su parte. Y no digo con esto que sea yo quien la tenga pero… por qué no damos una oportunidad a la palabra. Nos iría mejor a todos. Esta es la vieja historia de los derechos y los deberes. Todo derecho tiene acarreado un deber, pero hay gente que cree firmemente que tiene derecho a no tener deberes.
         Este ha sido el último aliento que le quedaba al globo antes de deshincharse completamente. Gracias, palabras.

“Palabras más o menos ayer me decías / Palabras más o menos que no me quieres / Palabras más o menos me estás tocando los huevos…”

         Salud y hasta pronto

Torremolinos, 3 de febrero de 2011