10 de mayo de 2013

Los junglatos. Relatos desde la jungla. Hoy: "Próxima estación Esperanza"


         Este relato lo escribí la mitad en el aeropuerto de Málaga y la otra mitad en un parque de Madrid, hace ya unos años, justo el día en que emprendía con mi pareja el viaje que más nos ha marcado hasta la fecha por varias razones. Recuerdo que se me ocurrió al ver a un personaje muy parecido al que se describe en el texto esperando a subir al mismo avión que nos llevó a la capital esa mañana. Es muy probable, casi seguro, que su vida no tuviera nada que ver con esta pequeña historia que mi mente inventó y que estás a punto de comenzar a leer pero... ¿y si no fuera así?

Próxima estación Esperanza

         Inquieto. La alegría y la euforia que lo inundaba apenas unas horas antes había dado paso a una fría sensación de incertidumbre. Hacía ya bastante tiempo, unos cinco minutos, que había decidido amenizar la espera con la estridente música guardada en su reproductor portátil.

Permanecía inmóvil. Con la mirada clavada en un punto al final del largo pasillo. Ni su pié marcando el ritmo, ni tan siquiera un ligero balanceo de su cabeza se apreciaban en él. De no ser por el cada vez más frecuente, y ya casi reflejo, movimiento de su mano para asir el móvil y comprobar con desánimo que seguía sin haber alguna llamada, hubiera parecido una estatua homenaje al viajero paciente y conformista. Absolutamente inerte.

La dura vida del emigrante forzoso se les había hecho mucho más llevadera desde el momento en el que sus vidas se cruzaron. Ahora podían volver y comenzar a vivir verdaderamente. Se habían despedido hacía sólo unos instantes con la promesa de encontrarse en la terminal internacional del aeropuerto y así emprender juntos dos viajes: uno de vuelta a casa y otro de inicio de sus auténticas vidas.

Su firme intención de no mirar el teléfono hasta el final de cada canción que indiferentemente escuchaba, se diluía dos o tres veces en cada una de ellas. ¿Y si al guardarlo la última vez se apagó por accidente? A lo peor el modo vibración del aviso de llamada se había estropeado en ese momento. ¿Y si en el bolsillo pierde toda la cobertura?

La fila de embarque de su vuelo, que hacía sólo un instante se veía insoportablemente larga, se veía cada vez más corta. Y su tiempo aún lo era más. Las dudas le asaltaban cada vez con más crudeza ¿Realmente quería volver a su país sin ella? ¿Realmente haría bien en quedarse si ella había decidido dejarle ir?

Se desconectó momentáneamente del reproductor de música sin dejar en ningún momento de mirar al principio del pasillo por donde ella no tardaría en aparecer. Eso pensaba él. Eso quería él.

No podía esperar más. La azafata de tierra lo instó varías veces a embarcar y él, desolado y como por inercia, se levantó de su asiento, miró una vez más su teléfono y entregó su documentación a la simpática azafata contestando a su alegre saludo con un inaudible murmullo. Anduvo hacia la puerta del avión. Una última mirada hacia atrás. Bueno, otra más. La última. Nada. “Todo lo que termina, termina mal”, cantaba alguien dentro de su cabeza.

Ya sentado en su asiento y sin dejar de mirar por la ventanilla se le ocurrió que aún había tiempo antes de que la tripulación cerrara las puertas de la aeronave. Pensó que igual paraban el avión en su camino hacia la pista de despegue a causa de una última pasajera rezagada. Quizá entró después que él, o puede que por otra puerta, y estaba en algún asiento en la parte de atrás del avión.

Verdaderamente ha pasado mucho tiempo. Más del que cualquier persona pudiera concebir. Pero aún hoy sigue esperando que un día, seguro que no muy lejano, llame a su puerta el amor, que no hace mucho, sembró en él la dolorosa semilla de la esperanza.