25 de diciembre de 2013

Navidad, cruel Navidad



         Este año no hubiera querido escribir nada sobre lo que estoy escribiendo pero lamentablemente los acontecimientos me empujan a ello como un suicida al borde de un acantilado agobiado por las circunstancias que le han llevado hasta allí. Cada año se divide naturalmente en estaciones y nosotros las dividimos a su vez en subestaciones más o menos consensuadas. Así, más que de la primavera nos acordamos cada año de la Semana Santa y del Corte Inglés. El verano lo sentimos como la noche de San Juan, los días largos y luminosos, el calor, los helados, las cervezas frías y el descanso vacacional. El otoño llega con la nostalgia del verano a cuestas, las castañas y los primeros fríos. Todos estos acontecimientos y sensaciones nos hacen que cada uno de nosotros percibamos cada momento del año de manera distinta, con momentos comunes pero de forma diferente. Y llega el invierno. Frío, nieve... y Navidad.



         No consigo identificar ningún momento del año con unos sentimientos más crudos y reales. Hace tiempo recuerdo estos días con ilusión, primero por no tener que ir a clases, después por las sorpresas materiales que te esperaban. Incluso, llegado un momento, esperábamos con ilusión la llegada de la Navidad para estar más tiempo juntos parejas, amigos y, por qué no, familia. Fuimos ilusos y caímos en la trampa. La crueldad disfruta más cuanto más inesperada es su llegada. La Navidad nos encandiló cuando éramos tiernos y nos vendió que sus días eran días de felicidad y paz. Y continúa haciéndolo con la gente que se deja. Se ve que la Navidad no tiene televisión, ni periódicos, ni siquiera una conexión a internet, y seguro que nunca tuvo amigos y familiares que disfrutaron con ella y que ya no están. Esas son las únicas razones que encuentro para disculparla. Si es tan ilusa e inocente como para no tener sentimientos de nostalgia y de culpa entonces sí la disculpo. Si no, lo siento pero debo, desde estas líneas, llamar a las cosas por su nombre y ese no es otro que "cruel". La Navidad es cruel porque nos recuerda cínicamente que no hace ni un año estábamos compartiendo un momento con alguien que ya no está. Es cruel porque no permite que otros momentos del año, más naturales, tengan su protagonismo. Es cruel porque te empuja y te obliga a ser feliz cuando tú no quieres. Es cruel porque si no estás en consonancia con la mayoría de los mortales de tu alrededor eres el bicho raro y se encarga de azuzarlos para que te sientas peor aún. Es cruel porque vuelve cada año a comprobar que todo sigue adelante según su maquiavélico guión. Es cruel porque a la más mínima ocasión que tiene te golpea una vez más. Es cruel porque utiliza sus siervos navideños para hacerte sentir peor. La Navidad es cruel... y lo sabe. Y eso la hace más cruel aún.



         Cruel: Que se deleita en hacer sufrir o se complace en los padecimientos ajenos.



Salud y rock and roll.

3 de noviembre de 2013

Tus ojos jamás se cerraron

Nessun Dorma by Jeff Beck on Grooveshark

No conozco, ni creo que vaya a conocer nunca en mi vida, a una persona con una fortaleza tan arraigada en su interior. Y se ha ido. Nunca, y lo digo sin reparo alguno, tuvimos una discusión. Obviamente en algunos aspectos de la vida y el trabajo pensábamos de maneras distintas, hablábamos de ello y nunca, absolutamente nunca, nos enfadamos por ello. Pero se ha ido. Aunque estábamos prevenidos no estábamos preparados para el amargo, áspero y abrasivo trago de estos días. Y finalmente se ha ido. Aunque lo ha hecho, y doy fe de ello, junto a lo que más quería en el mundo: su familia.

Llevo varios días, y no sólo estas desgarradoras últimas horas, teniendo fogonazos en mi cabeza de los muchos momentos compartidos. Estaba yo sentado en una mesa junto a la puerta de la oficina donde sólo hacia unos meses había empezado mi periplo profesional cuando una chica de cara amable, voz suave y porte seguro entró y me preguntó por el nombre de la que sería nuestra futura pseudo jefa. Desde ese momento hasta ahora. No, hasta siempre. Yo siempre la llamé mi compañera, y lo sigo haciendo, aunque ya quisieran muchos mal llamados amigos tener la amistad, el respeto, la confianza, la generosidad, el entendimiento, la solidaridad, la complicidad y el cariño que nosotros hemos compartido todos estos años. Hemos crecido juntos, sí. Y lo digo sin pudor alguno aunque cuando nos conocimos yo estaba a punto de entrar en la treintena y ella llevará unos años disfrutándola. Los dos juntos, codo con codo, fuimos aprendiendo el oficio a la par, atendiendo a nuestros clientes con amabilidad y peleando con abogados con tesón en un mundo ajeno al nuestro pero que conseguimos dominar porque nos teníamos el uno al otro. Yo sabía si una situación era mejor que la gestionara ella y ella conocía, aunque yo no lo supiera, donde podría yo sacar más provecho en beneficio de todos. Nos lo decíamos y punto, a trabajar. Creo que compenetración absoluta es una buena manera de definirlo.

En verano almorzábamos un bocadillo en la playa y volvíamos a la oficina para continuar la tarde. Tal era mi ignorancia en algunos aspectos, y por eso digo que hemos crecido juntos, que cuando cayeron las torres gemelas fue ella, mientras compartíamos una paella, la que me ilustró al respecto. Recuerdo que el primer regalo que me hizo fue un bolígrafo de Disney de su viaje familiar a Orlando. El mío fue un disco de un cantante de soul. Años más tarde, sin aviso alguno, se presentó en una comida con un bolígrafo (ya no de Mickey Mouse) para mí y otro para otro miembro de nuestro equipo. Hemos ido al teatro, a conciertos, a la ópera (mi primera ópera). Hemos reído y hemos llorado juntos.

Generosa y siempre cuidando del niño, que no era otro que yo. Cuando le diagnosticaron su maldita enfermedad yo me encontraba realizando uno de los mejores viajes que he hecho y ella lo sabía perfectamente. Aunque hablamos en alguna ocasión en esos días ella decidió no darme la noticia hasta mi vuelta. Para no estropearme el viaje. Siempre pensando en los demás. Durante todos estos años de dura lucha nunca se despreocupó, ni mucho menos, de su familia. Con la misma fuerza con la que luchó hasta el final contra su destino, y en varias ocasiones ganó, defendía y protegía a su marido, a su hijo y a su hija. Aún no consigo comprender de donde podía emerger tanta fortaleza para llevar tantos y tantos asuntos contra viento y marea. Y en mitad de todo, encima, me ayudó a mí en muchas ocasiones en las cuales mi desconcierto crecía cuando la veía a ella dándome ánimos a mí. En una de esas ocasiones le regalé unos versos robados de una canción que decían:

"Las piernas a mí me temblaron
y tus ojos jamás se cerraron"

Sus ojos nunca se cerraron para ayudar a sus seres queridos, a los cuales tengo el honor de humildemente pertenecer.

Y aunque se haya ido siempre estará aquí. En muchas circunstacias se dice esto mismo y yo incluso lo he pensado en otros momentos de mi vida, pero siento en lo más profundo de mi ser que esta ocasión es distinta. Esta ocasión es especial como lo era ella. Y así como, y perdonad que mi vicio musical se entrometa en estas líneas, Los Secretos siguen dedicando cada concierto a su alma desaparecida hace ya algunos años, cada trabajo finalizado será obra mía y de mi compañera Laura.


Buen fin de semana Laura, nos vemos el lunes. 


30 de julio de 2013

Los Junglatos. Relatos desde la jungla. Hoy: Esta es mi generación

         La siguiente historia trata de las diferencias entre dos generaciones correlativas y la manera de afrontarlas de cada una de las partes. La escribí, una vez más, con el incentivo del diario El País y por ello le doy las gracias ya que puede que de otra manera no me hubiera puesto sobre un papel en blanco (porque antes me enfrentaba a un papel en blanco y no a una pantalla en blanco como ahora) a desarrollar la idea de enfrentar los pensamientos y las actitudes de padres e hijos. El egocentrismo innato en el ser humano le hace pensar que el mundo empezó el día que él mismo nació y por consiguiente acabará el día que él desaparezca. Por eso aunque él como individuo se enfrente a su circunstancia por primera vez, el ser humano como colectivo ya lo ha hecho millones de millones de veces antes que él. Otras ropas, otras leyes, otras lenguas; pero las mismas situaciones. El incidente que viven los protagonistas en la narración es el mismo que viven otros en todas las partes del mundo y el mismo que vivieron otros en todas las partes de la Historia. El mismo planteamiento aunque, quizá, distinto final…


Esta es mi generación

            Volvían cansados. Ella iba al volante pero tenían la impresión de que el Mercedes último modelo que habían adquirido recientemente podría llevarles de vuelta a casa con una simple orden vocal. La cena había sido bastante agradable aunque el tema principal de conversación fuera el de siempre: los hijos. Por supuesto todos eran muy estudiosos, respetuosos, altos y guapos. Si por casualidad uno daba muestras de alguna leve transgresión no era, claro está, el propio. Como mucho confesaban que les habían pillado alguna vez en una mentirijilla excusándolos seguidamente con frases tales como “es que está en una edad muy difícil” o “es que creo que tiene un amiguito (o amiguita) que se las trae”.

            Al pasar por la Plaza Vieja tuvieron que bajar la ventanilla para, no dando crédito a lo que sus ojos les mostraban, descubrir a su retoño sentado en el capó de un coche, con el maletero abierto y despidiendo un ruido estruendoso al que había degenerado la música, rodeado de amigotes, vasos de cubatas y un muy sospechoso cigarrillo entre los dedos. Sabiamente decidieron que sería mejor tener “la conversación” en casa. La noche se preveía larga.

            El pequeño paulatinamente había dejado de ir al cine y al “burger” para directamente quedar con sus colegas en la plaza, siempre en el mismo sitio. Le había costado que sus padres le dejaran de sermonear cada mañana al bajar a desayunar a causa de la importante longitud de su pelo que, al mismo tiempo, le servía para tapar los más de un agujero que tenía en la oreja derecha y que nada más salir de casa insertaba con distintos tipos de pendientes. Aún le estaba dando vueltas a como hacer para que no se notara mucho el próximo que se pondría en una de las cejas. Algún que otro tatuaje trivial decoraba sus brazos. En cuanto al vestuario todo parecía ir al revés: las mangas largas de las camisetas asomando bajo las cortas de verano, los calzoncillos en su lugar pero dejándose ver sobre los cada vez más caídos pantalones. “Un desastre sin ningún tipo de futuro”, mascullaban sus padres a la más mínima ocasión.

            Sus padres habían, si no comprendido, medio tolerado todos estos cambios. ¿Qué podían hacer? Tan sólo les quedaba esperar que el paso del tiempo le hiciera entrar en razón. Pero esto ya era el colmo. Esto no lo podían dejar pasar. El apocalipsis se avecinaba y ellos eran los únicos que se daban cuenta de ello. Su niño se les iba de las manos hacia el oscuro mundo de las drogas. Aunque no salieran, como era habitual, demasiadas palabras de su boca, la comunicación con sus padres tampoco era su fuerte, al menos esa noche escucharía los reproches y castigos de sus progenitores.

            Ya en casa, mientras tomaban una última copa decidiendo quien empezaría la charla cuando llegara el niño, fueron cayendo en la cuenta de algunos pequeños detalles olvidados.

            Realmente el pelo tan largo no era nada del otro mundo, él mismo sin ir más lejos lo había lucido bastante tiempo en su etapa universitaria. Más concretamente cuando su mujer se enamoró de él. Ella había llevado más que un solo agujero en la oreja. Las circunstancias que rodearon la realización del tatuaje con el que él fue marcado en la mili probablemente no difirieron tanto de las que llevaron al chico a hacerse los suyos. Recordaron que les gustaba subir el volumen de los "picús" para así poder bailar más alocadamente. Una sonrisa nostálgica afloró en ambos al pensar en los enfrentamientos que tuvieron en más de una ocasión con “los grises” y, sin saber cómo, los relacionaron con las pintadas que el chico había hecho en los bancos del parque el verano pasado. Varias horas estuvieron encontrando toda clase de paralelismos hasta que resignadamente comprobaron también que un día, al acabar unos exámenes finales, se lo habían pasado en grande fumando unos cuantos porros en el Seat 124 rojo de un amigo del barrio.

            Fue justo en ese momento cuando sintieron la puerta de la casa y apareció su hijo. El hijo del que hasta hace unas horas les separaba un abismo y que ahora sentían, con renovada ilusión, más cerca que nunca.

            -¿Qué pasa? ¿Qué hacéis aún despiertos?


            -Nada hijo, acabamos de llegar.


13 de julio de 2013

Los Junglatos. Relatos desde la jungla. Hoy: "Un buen castigo"

           Este relato lo escribí, como otros, con el acicate de presentarlo a un concurso. Y como viene siendo habitual, obtuvo el mismo éxito que sus predecesores. En esta ocasión el organizador era la tienda Fnac. Se trataba de escribir un cuento que tuviera como base, de alguna manera, una canción. Por esos tiempos devoraba la música y las excelentes letras de Fito Cabrales y, por consiguiente, la elegida terminó por ser “Un buen castigo”. La canción, al menos para mí, y el relato tratan de las drogas y el amor. El personaje principal recuerda lo que ha sido su vida al tiempo que le llegan a los oídos estrofas sueltas de la susodicha tonada procedentes del interior de un garito. ¿Cómo un castigo puede ser bueno? Ariel Rot también adelantaba hace años una “Dulce condena”. Y Antonio Gala en su soneto “A trabajos forzados”, musicado e interpretado por el gran Antonio Vega, abogaba por un “tormento que no acabe” y reclamaba “de acero su cadena”. Siempre amor y, en el caso que nos ocupa, drogas. ¿O es lo mismo?...



Un buen castigo

         El agua de la lluvia resbalaba por su rostro arrastrando a su paso las gotas de frío sudor que manaban de cada uno de los poros de su cuerpo. A esas horas, en ese negro callejón y con la que estaba cayendo, no mucho lo diferenciaba de las grandes bolsas negras de basura que se amontonaban a su alrededor. El doloroso retumbe de la pared en la que apoyaba su cabeza, se volvía música cada vez que alguien abría la puerta trasera del local para tirar la penúltima bolsa de vidrios que se rompían al contacto con los otros sacos.

“Lo he intentado muchas veces
pero nunca me ha salido...”

            Tuvo una infancia fácil, quizá demasiado. Las mejores fiestas de cumpleaños, los mejores regalos, los mejores juegos, la mejor cartera para el colegio, el mejor abrigo. Fue el primero en tener una bici, un ciclomotor, una motocicleta, un cochecito de esos que no sabe uno muy bien si clasificarlos como motos o yo que sé y, ¿cómo no?, un coche. El caso es que también fue el primero en convencer a sus amiguitos para saltarse unas clases y en un rincón secreto del colegio toserse sus primeros cigarrillos.

“...La verdad es que me interesa
sólo porque está prohibido...”

            Luego vino la Universidad, los locos viajes de verano, los porritos, las pastillas, los masteres y el negocio de restauración que papá montó en pleno casco antiguo donde cada noche se daba cita lo mejor de cada casa. Allí la conoció.

            El se divertía conversando con todos sus ilustres clientes, alabando todos sus detalles y riendo cada una de sus bromas. Después de visitar cuatro o cinco mesas se pasaba por la cocina para comprobar que todo estaba en orden y a la vuelta entraba en el baño para recuperar fuerzas esnifando el último descubrimiento con el que ella le había obsequiado. Ella siempre fue más fuerte y poco a poco se fueron dando cuenta.

“...El mejor de los pecados,
el haberte conocido...”

            Las ausencias al trabajo eran cada vez más comunes. Sin darse cuenta había cambiado la coca por el caballo pero, eso sí, fumado. No era ningún asqueroso yonqui con los brazos destrozados que fuera compartiendo agujas y enfermedades con los coleguitas. Estaba en otro nivel y podía permitirse el lujo de quedarse en casa esperando que ella, dudando cada día más si hacía lo correcto, le trajese su billete para el viaje de ese día.

“...Tú no eres sin mí,
yo sólo soy contigo...”

            Decía que controlaba. Ella no estaba tan segura. Hacía tiempo que no se metía nada de esa mierda y a ratos no comprendía como él podía continuar hundiéndose. Antes era divertido. Mucho antes de que después de tener la repetitiva y cansina conversación de siempre la apartara de un empujón, le gritara, cogiera su chaqueta y saliera a “pillar”. Definitivamente ya no era tan divertido, pero ¡lo quería tanto!

“...Yo no sé si mis zapatos
durarán todo el camino...”

            Hubo que vender el negocio. El inagotable grifo familiar hacía tiempo que se había cerrado y sus caprichos no podían esperar ni un minuto. El deterioro físico era cada vez más evidente. Su paso por distintas clínicas no le reportaban el efecto deseado por los pocos amigos que le quedaban. Dejaba de tomar esto y se enganchaba con aquello. Realmente no hacía más que seguir el consejo de su padre de no mezclar para evitar resacas indeseadas.

            Ella, en una mezcla de desesperación, cansancio y rabia, no sabía que más hacer. Su vida no era tal. Se sentía sola. Más de una vez se le pasó por la cabeza irse y no volver, pero ¿qué hubiese sido de él? ¡Nadie quería saber nada al respecto! Y, además, habían estado “viajando” mil veces juntos. De hecho fue ella misma la que en más de una ocasión le invitó a probar cosas nuevas. Se sentía culpable de haber podido salir y él no. De cualquier manera, sabía que en el fondo la única razón para no haber cruzado el umbral con las maletas era que lo quería como nunca había imaginado que se podía querer a una persona.

“...Yo siempre te he “dao” los besos
que tú nunca me has pedido...”

            Esa noche decidió que por una vez en su vida iba a ser el fuerte, iba a tomar el control de la situación, iba a conseguir que su amada pudiera vivir otra vida, disfrutar de otras cosas, de otra gente. Por primera vez salió a la calle con la decisión de hacer algo sólo y exclusivamente por alguien. Él ya no existía.

            Las lágrimas resbalaban sin control por su cara mientras con paso titubeante y desesperado buscaba un lugar discreto donde mezclar por primera y última ocasión su sangre con esa mierda adulterada.

“...Los ojos como el coyote
cuando ve al correcaminos...”

La verdad es que la inoportuna lluvia de esa noche no estaba ayudando mucho a llegar al desenlace previsto. El frío lo espabilaba y en esos momentos de lucidez que tenía le atormentaba el hecho de saberse causante del dolor que durante ese tiempo había causado en tantas personas y que ahora se concentraba sólo en una. La amaba pero le podía el mono. La veía triste, desconcertada y desilusionada pero al mismo tiempo fuerte y decidida. Llevaba mucho tiempo siéndolo por los dos y cada día que pasaba, cada hora que se consumía lo iba siendo más. Más fuerte pero más triste.

            La vida se le escapaba, y en esos momentos llegó a pensar que, en definitiva, no era tan malo. Tendría que haber pasado antes. Se iba yendo con la tranquilidad de dejar descansar al fin a todos los que lo habían querido y soportado, con la convicción de estar saldando una deuda con todos ellos. Empezaba a disfrutar del castigo que sin duda a ella le hubiera gustado imponerle, una dulce condena. Por fin un merecido descanso.

“...Y cuidar de las estrellas

puede ser un buen castigo.”

21 de junio de 2013

Nos sobran los motivos

Para estar juntos ya sabes lo que digo:
En el calor, en el agua, en el abrigo,
en la risa, en el llanto, en el destino,
para estar juntos nos sobran los motivos.

1 de junio de 2013

Los Junglatos. Relatos desde la jungla. Hoy: "Un lugar llamado Vértigo"


Este texto lo escribí para presentarlo a un concurso de relatos que organizó el periódico El País hace unos años. Huelga decir que tras enviarlo nunca más supe de su destino final aunque seguramente acabaría en la papelera de "no reciclaje" de algún ordenador de dicho periódico. Creo recordar que el premio era algo relacionado con la visita del grupo de rock U2 al Estadio Vicente Calderón y por ello el título hace referencia a una de sus canciones. La historia está inspirada en un personaje real, cuyo nombre es real y que estuvo realmente en el escenario que se describe en el texto tras salir huyendo hacia Francia, como tantos otros, al finalizar la Guerra Civil Española. Lo que es ficción es la historia que se cuenta. Aunque ¿quién puede decir a ciencia cierta que, entre tanta gente, no pasara algo, al menos, similar…?
Dedicado a Antoine.

Un lugar llamado Vértigo

            Abrió los ojos y lo que vio le resultó demasiado familiar. Hacía tiempo que había perdido la cuenta de los días que llevaba en aquel lugar. Tumbado sobre la arena, apenas una manta vieja y con un horrible olor a podredumbre lo separaba del suelo y el cielo, observó con fría indiferencia todo lo que le había acompañado en los últimos meses. No sabía cuantos, pero de lo que sí estaba seguro era que no serían muchos más. No podían ser muchos más. Sentía la agradable brisa mediterránea ahora convertida en ártico azote nocturno, notaba la arena que tantos niños habían transformado en imposibles castillos depositada cuando menos incómodamente en cada orificio de su cuerpo, deseaba el agua que veía frente a él y que irónicamente no servía para saciar sed alguna.

            Sin apenas moverse observó y sintió los cuerpos acostados a su alrededor. Era increible como, cada día que pasaba, se iban pareciendo más entre ellos. Labios agrietados, piel quemada, ojos rojos y lagrimados, las ropas cada vez más grandes a causa de la escasa comida y las continuas enfermedades. La vida en aquella inmensa playa rodeada de alambradas de espino no era ni había sido nada fácil para ninguna de las miles de personas que se hacinaban en ella. Gracias a su dominio del francés y a su colaboración en las distintas actividades culturales organizadas por sus compañeros de encierro, Antoine había sabido hacerse con la amistad, respeto y cercanía no sólo de sus camaradas sino también de los guardas y los mandos que gestionaban el campo de concentración.
           
Cruzó su mirada con otra. No entendía por qué pero hacía ya tiempo que despertaban casi simultáneamente. Lo que sí sabía era que ya no volvería a suceder. No volverían a despertar juntos en aquel infierno. Hoy era el día en que se separaban después de tanto tiempo, después de una vida juntos, después de una guerra llena de sufrimiento. Esperando su reacción, no había querido decirle nada sobre su pequeño cambio de planes. No quería darle siquiera la oportunidad de convencerlo de lo contrario.

            A través de sus ojos lagañosos y ensangrentados vislumbró una silueta a contraluz que se paró junto a ellos. Sabía a lo que venía. Él era el único que lo sabía. El guarda pronunció el nombre de su compañero mientras un instante de complicidad se materializaba en una mirada mezcla de tristeza, alegría y admiración entre Antoine y su cómplice. Los dos compañeros se despidieron con lágrimas en los ojos, un abrazo con toda la poca fuerza que les quedaba y el beso más sincero que jamás dieron en su vida. Ambos comprendían que probablemente no se volverían a ver. Además Antoine sabía que su camarada no tenía nada que temer, lo conducían hacia el mejor de los lugares, lo acompañaban hacia la libertad.

            El salvoconducto que Antoine consiguiera para sí, había logrado cambiarlo a favor de su colega. No por un acto heroico, simplemente por pura lógica, él era su compañero. Realmente era su hermano, su hermano mayor. Pero sobretodo y por encima de todo, él era su amigo.

            Al cabo de los años una fría notificación en manos de alguien que día a día había estado esperando y al mismo tiempo deseando que no llegara, confirmaba sus más terribles pesadillas. Antoine había sido entregado por las autoridades francesas a las alemanas y había dado con sus huesos en uno de los más aterradores campos de concentración nazis y, lamentablemente, había fallecido de “muerte natural”.

            Una lágrima mezcla de tristeza, alegría y rabia emborronó las últimas letras de la carta. Había recibido más de lo que nunca podría haber dado. Su amigo le había regalado la vida.

10 de mayo de 2013

Los junglatos. Relatos desde la jungla. Hoy: "Próxima estación Esperanza"


         Este relato lo escribí la mitad en el aeropuerto de Málaga y la otra mitad en un parque de Madrid, hace ya unos años, justo el día en que emprendía con mi pareja el viaje que más nos ha marcado hasta la fecha por varias razones. Recuerdo que se me ocurrió al ver a un personaje muy parecido al que se describe en el texto esperando a subir al mismo avión que nos llevó a la capital esa mañana. Es muy probable, casi seguro, que su vida no tuviera nada que ver con esta pequeña historia que mi mente inventó y que estás a punto de comenzar a leer pero... ¿y si no fuera así?

Próxima estación Esperanza

         Inquieto. La alegría y la euforia que lo inundaba apenas unas horas antes había dado paso a una fría sensación de incertidumbre. Hacía ya bastante tiempo, unos cinco minutos, que había decidido amenizar la espera con la estridente música guardada en su reproductor portátil.

Permanecía inmóvil. Con la mirada clavada en un punto al final del largo pasillo. Ni su pié marcando el ritmo, ni tan siquiera un ligero balanceo de su cabeza se apreciaban en él. De no ser por el cada vez más frecuente, y ya casi reflejo, movimiento de su mano para asir el móvil y comprobar con desánimo que seguía sin haber alguna llamada, hubiera parecido una estatua homenaje al viajero paciente y conformista. Absolutamente inerte.

La dura vida del emigrante forzoso se les había hecho mucho más llevadera desde el momento en el que sus vidas se cruzaron. Ahora podían volver y comenzar a vivir verdaderamente. Se habían despedido hacía sólo unos instantes con la promesa de encontrarse en la terminal internacional del aeropuerto y así emprender juntos dos viajes: uno de vuelta a casa y otro de inicio de sus auténticas vidas.

Su firme intención de no mirar el teléfono hasta el final de cada canción que indiferentemente escuchaba, se diluía dos o tres veces en cada una de ellas. ¿Y si al guardarlo la última vez se apagó por accidente? A lo peor el modo vibración del aviso de llamada se había estropeado en ese momento. ¿Y si en el bolsillo pierde toda la cobertura?

La fila de embarque de su vuelo, que hacía sólo un instante se veía insoportablemente larga, se veía cada vez más corta. Y su tiempo aún lo era más. Las dudas le asaltaban cada vez con más crudeza ¿Realmente quería volver a su país sin ella? ¿Realmente haría bien en quedarse si ella había decidido dejarle ir?

Se desconectó momentáneamente del reproductor de música sin dejar en ningún momento de mirar al principio del pasillo por donde ella no tardaría en aparecer. Eso pensaba él. Eso quería él.

No podía esperar más. La azafata de tierra lo instó varías veces a embarcar y él, desolado y como por inercia, se levantó de su asiento, miró una vez más su teléfono y entregó su documentación a la simpática azafata contestando a su alegre saludo con un inaudible murmullo. Anduvo hacia la puerta del avión. Una última mirada hacia atrás. Bueno, otra más. La última. Nada. “Todo lo que termina, termina mal”, cantaba alguien dentro de su cabeza.

Ya sentado en su asiento y sin dejar de mirar por la ventanilla se le ocurrió que aún había tiempo antes de que la tripulación cerrara las puertas de la aeronave. Pensó que igual paraban el avión en su camino hacia la pista de despegue a causa de una última pasajera rezagada. Quizá entró después que él, o puede que por otra puerta, y estaba en algún asiento en la parte de atrás del avión.

Verdaderamente ha pasado mucho tiempo. Más del que cualquier persona pudiera concebir. Pero aún hoy sigue esperando que un día, seguro que no muy lejano, llame a su puerta el amor, que no hace mucho, sembró en él la dolorosa semilla de la esperanza.

24 de marzo de 2013

Días de lluvia y llantos

Jesucristo Garcia by Extremoduro on Grooveshark

Hace años que llevo dándole vueltas a la opción de escribir unas líneas acerca de un tema y en una fecha concreta, pero cuando llega el momento siempre hasta ahora lo he desestimado por una u otra razón. Unas veces, la verdad, por mi conocida, al menos por mí, vaguera a la hora de ponerme a realizar una de las cosas que más me gusta hacer, escribir. Otras, la mayoría, por pudor, sensación de poder molestar a algunas personas y por respeto a esas mismas personas para que no se sintieran ofendidas por mis palabras. Pero ahora pienso: la opinión en libertad y expresada con educación y respeto no debería ofender a nadie y en caso de que alguien se sintiera incomodado puede expresar su descontento y su propia opinión con la misma educación y respeto. Con esta base y con una buena dosis de honestidad y solidaridad se solucionarían muchos conflictos en este mundo áspero donde vivimos.

Dicho esto entremos a matar saltándonos pases, banderillas y picadores. Se avecinan días de lluvias intermitentes. Días en los que no nos valen las previsiones meteorológicas a grandes rasgos de las noticias de las tres. Días de inexplicables alegrías y no menos inexplicables e irritantes lloros. Llegan días de lluvia y llantos.

Comienza la semana santa con la amenaza del agua a los tronos, imágenes e ilusiones de mucha gente. Gente que durante un año sueñan con procesionar junto a la imagen de la que son devotos para demostrarle su amor y sumisión. La misma agua que durante todo el año es bien recibida por su necesidad para la vida, es objetada y rechazada cuando se presenta inoportunamente antes o durante cualquier procesión. Y es entonces cuando comienza la tragedia. Mujeres vestidas de mantilla negra desconsoladas, niños llorando a lágrima viva, hombres con un nudo en la garganta. Todos extremadamente tristes y preguntando al cielo el por qué de tanta desgracia. Por qué se ceba la mala suerte con ellos. Por qué el mismo dios al que idolatran les niega la oportunidad de sacarlo a pasear por las calles luciendo sus mejores galas, mantos cubiertos de oro, artilugios en plata de ley. ¿Por qué la mala suerte se ceba con ellos si ellos le dan todo a su dios?



Quizá sea por eso. En las preguntas están las respuestas. En caso que exista un dios que nos vigila y nos quiere y nos protege y nos juzga, creo que no le gustaría nada ese tipo de acontecimientos tan pomposos y exagerados mientras sus fieles se olvidan del auténtico significado de estos días y de todos los demás del año. Y mucho menos que se llore por esa razón y después, las mismas personas, vean las noticias diarias repletas de injusticias en el mundo sin inmutarse absolutamente por nada.

Por eso por fin escribo estas lineas. Para manifestar mi opinión cada vez más sopesada que la semana santa no son más que unas fechas en las que hay unos días de fiesta laboral donde una de las muchas opciones para pasar el rato es ver las procesiones que una serie de cofradías organizan con un dinero que seguro que a su homenajeado le parecería excesivo en grado sumo.

“Y perdí la cuenta de las veces que te amé / Desquicié tu vida por ponerla junto a mí / Vomité mi alma en cada verso que te di / Olvidé, me quedan tantas cosas que decir…/… ¿Cuánto más necesito para ser Dios?”


Salud y Rock’n’Roll

Torremolinos, 24 de marzo de 2013