31 de diciembre de 2010

El triunfo de la basura




  No recuerdo a quien se lo escuché decir. No consigo acordarme si la noticia vino de un medio visual o de audio. Lo cierto es que hace unos días me pareció entender que cierta cadena de televisión se había hecho con la franja digital donde desde hace un tiempo emitía otro canal. Al parecer su intención era utilizar esa frecuencia para emitir uno de sus programas estrella durante las veinticuatro horas del día. Hasta aquí todo correcto siguiendo las normas que rigen esta suciedad, perdón, sociedad: oferta, demanda y resultados económicos. El canal condenado a desaparecer no estaba dando los beneficios que se le exigían desde hacía un tiempo y por ello el final se veía cada vez más cerca. Todo esto, para mentes frías y calculadoras, como son las que nos manejan, es fácil de asimilar ya que no tienen en cuenta (probablemente porque no poseen ni un ápice de dignidad humana y cultural) a las minorías y tan solo viven para ganar más y más dinero. Para mí ha sido un poco más difícil.



  Resumiendo toda esta historia y poniendo nombres y apellidos, el canal desaparecido no es otro que CNN+ y el canal emergente llamado a alienizar a cada vez más vidas vacías no podía ser otro que Telecinco, y más concretamente su omnipresente programa “gran hermano, enésima edición”. O sea, el cambio es radical, alucinante, pasmoso y, aunque es cierto, increíble. En esta España en la que vivimos, donde nos creemos todo lo que nos sirven en bandeja de “plasma”, la última jugada no ha sido otra que cambiar una programación seria, cultural y con prestigio internacional por un circo en el que absolutos desconocidos se jactan, o al menos hacen demostración, de no haber leído una página de un libro en su vida, por muchos dibujos que tuviera.

  Lo malo no es haber cambiado un programa por otro. No. Lo peor de todo esto es que se hace porque la gente, el pueblo, así lo quiere. Es así. Si la gente le interesara una entrevista a un músico, a un escritor o a un científico nos iría la vida de muy diferente manera y, como daño colateral, no se hubiera tenido que cerrar un medio de comunicación por decisiones económicas. Así pues, el problema (y cada vez estoy lamentablemente más convencido de ello) no sólo es la manifiesta incultura general del país sino que consciente o inconscientemente no nos importa gritarlo a los cuatro vientos sintiéndonos extrañamente orgullosos de tan dudoso mérito. Yo no lo llego a entender, pero me temo que así es. Tan solo hay que escuchar la mofa que existe desde hace tiempo con la programación del segundo canal de televisión española. Nadie se avergüenza tanto y se siente más bicho raro en esta selva como el que admite que le interesan ciertos programas de La 2. Rápidamente es objeto de todo tipo de burlas o de frasecillas tales como: “mira este, se cree más que nosotros porque ve Redes”.

  Esto es el mundo al revés. O al menos eso quiero creer.

“Estoy buscando tu luz / siempre es de noche si no estás tú. / Sin tu luz mis sueños nunca podrán / salir de esta oscuridad”
         Salud y hasta pronto.


         Aldeire, 31 de diciembre de 2010

8 de diciembre de 2010

Es hora de hablar de Bunbury



         Es hora de hablar del tiempo que pasa inexorablemente. Lo sé, es una frase muy manida a estas alturas pero no por ello deja de ser una cruda realidad más real, si cabe, conforme vas viendo pasar los meses y los años a una velocidad jodidamente endiablada. Queda ya lejos, madre mía qué lejos, el día en que escuché por primera vez una canción que parecía sacada de otro mundo: un mundo de caballeros, sueños, destinos, leyendas y héroes.

         Es hora de hablar del protagonista de una historia que se empezaba a forjar cuando apareció en escena un joven pelirrojo con una melena larga y rizada que hacía que a su cabeza le fuera imposible mantener la verticalidad establecida. Conociendo su trayectoria a lo largo de los años es fácil pensar que ya entonces fuera quien llevase la voz cantante, en todos los sentidos, de una banda de Zaragoza que haría historia tanto por su relativa corta vida como por sus millones de seguidores en todo el mundo que fueron aumentando incluso después de disuelta la formación. Lo que viene a ser una banda de leyenda, tal y como aventuraba aquel primer éxito discográfico. Tanto es así que tras años de separación se juntaron de nuevo para dar unos cuantos conciertos y llenaron estadios una vez más al igual que los Stones cada vez que se les antoja.

         Sí, el tiempo pasa. Y lo hace para todos y, en algunas ocasiones, para bien. Aquel muchacho de melena roja se lo montó él solito y comenzó a componer y a tocar un tipo de música más adulta y radical. Desde ese momento la leyenda se personificó y comenzó el mito. Igual es pronto para hablar de un término tan importante pero lo cierto es que Enrique Bunbury se ha labrado su fama a golpes de corazón y de orgullo. Orgullo que a algunos les irrita y a otros les encanta. Una vez dejado el grupo con su más o menos arrope entre los compañeros, comenzó su historia.  Una historia que le ha llevado a llenar estadios una vez más, una historia que le llevó a pasajes depresivos, una historia que le llevó a abandonar, literalmente, el escenario en cierta ocasión y decidir no volver a subirse nunca más, una historia que le ha llevado a componer para otros artistas, a colaborar con quien le ha dado la gana, a enfrentarse a falsos plagios de ibéricos envidiosos y a seguir forjándose su fama de arrogante, distante, fiel y claro.

         Es hora de hablar de uno de esos pocos personajes a los que la gente odia o adora. Sin términos medios. De esos a los que a veces es difícil encontrar alguien que sea sincero y admita que le gusta, y sin embargo sus conciertos a lo largo del mundo cuelgan una y otra vez cartel de no hay billetes. Es uno de esos como José Mourinho o su amigo El Loco. Tienen el privilegio, autolabrado, de decir las cosas tal y como las sienten sin pensar en las posibles consecuencias que puedan tener en el mundo hipócrita y despegado que habitamos (Las consecuencias son inevitables.../…¿por qué siempre conviene alegrar a la gente? / También, de vez en cuando, está bien / asustar un poco…).

         Es hora de hablar de Enrique después de haber presenciado uno de los mejores directos de lo visto últimamente. Espectáculo in crescendo con uno de sus puntos culminantes en la canción que abre este artículo, “Es hora de hablar”. Si en el disco llama la atención como sube de tono en cada estrofa agregándose instrumentos a medida que avanza la canción, en vivo no tiene desperdicio y está llamada  a ser una de las fijas del repertorio. Dulce, potente y directa.

         Es hora de hablar de Enrique, de las consecuencias que le han llevado a ser quien es en estos momentos. Es hora de hablar de los rockeros, en su más amplio sentido, españoles y su dilatada experiencia y sensibilidad. Es hora de dejarles hablar. De saber agradecer y valorar a nuestros músicos  y sus letras bien entendidas.

         Es hora de hablar de que nunca hablamos de lo que hay que hablar.

“Es  hora de hablar…/…de hacerse viejo entre tus enemigos…/…Que quiero hacer muchas cosas por ti / las más posibles / las más posibles”
(E. Bunbury)

         Salud y hasta pronto.

Aldeire, 8 de diciembre de 2010.