21 de junio de 2013

Nos sobran los motivos

Para estar juntos ya sabes lo que digo:
En el calor, en el agua, en el abrigo,
en la risa, en el llanto, en el destino,
para estar juntos nos sobran los motivos.

1 de junio de 2013

Los Junglatos. Relatos desde la jungla. Hoy: "Un lugar llamado Vértigo"


Este texto lo escribí para presentarlo a un concurso de relatos que organizó el periódico El País hace unos años. Huelga decir que tras enviarlo nunca más supe de su destino final aunque seguramente acabaría en la papelera de "no reciclaje" de algún ordenador de dicho periódico. Creo recordar que el premio era algo relacionado con la visita del grupo de rock U2 al Estadio Vicente Calderón y por ello el título hace referencia a una de sus canciones. La historia está inspirada en un personaje real, cuyo nombre es real y que estuvo realmente en el escenario que se describe en el texto tras salir huyendo hacia Francia, como tantos otros, al finalizar la Guerra Civil Española. Lo que es ficción es la historia que se cuenta. Aunque ¿quién puede decir a ciencia cierta que, entre tanta gente, no pasara algo, al menos, similar…?
Dedicado a Antoine.

Un lugar llamado Vértigo

            Abrió los ojos y lo que vio le resultó demasiado familiar. Hacía tiempo que había perdido la cuenta de los días que llevaba en aquel lugar. Tumbado sobre la arena, apenas una manta vieja y con un horrible olor a podredumbre lo separaba del suelo y el cielo, observó con fría indiferencia todo lo que le había acompañado en los últimos meses. No sabía cuantos, pero de lo que sí estaba seguro era que no serían muchos más. No podían ser muchos más. Sentía la agradable brisa mediterránea ahora convertida en ártico azote nocturno, notaba la arena que tantos niños habían transformado en imposibles castillos depositada cuando menos incómodamente en cada orificio de su cuerpo, deseaba el agua que veía frente a él y que irónicamente no servía para saciar sed alguna.

            Sin apenas moverse observó y sintió los cuerpos acostados a su alrededor. Era increible como, cada día que pasaba, se iban pareciendo más entre ellos. Labios agrietados, piel quemada, ojos rojos y lagrimados, las ropas cada vez más grandes a causa de la escasa comida y las continuas enfermedades. La vida en aquella inmensa playa rodeada de alambradas de espino no era ni había sido nada fácil para ninguna de las miles de personas que se hacinaban en ella. Gracias a su dominio del francés y a su colaboración en las distintas actividades culturales organizadas por sus compañeros de encierro, Antoine había sabido hacerse con la amistad, respeto y cercanía no sólo de sus camaradas sino también de los guardas y los mandos que gestionaban el campo de concentración.
           
Cruzó su mirada con otra. No entendía por qué pero hacía ya tiempo que despertaban casi simultáneamente. Lo que sí sabía era que ya no volvería a suceder. No volverían a despertar juntos en aquel infierno. Hoy era el día en que se separaban después de tanto tiempo, después de una vida juntos, después de una guerra llena de sufrimiento. Esperando su reacción, no había querido decirle nada sobre su pequeño cambio de planes. No quería darle siquiera la oportunidad de convencerlo de lo contrario.

            A través de sus ojos lagañosos y ensangrentados vislumbró una silueta a contraluz que se paró junto a ellos. Sabía a lo que venía. Él era el único que lo sabía. El guarda pronunció el nombre de su compañero mientras un instante de complicidad se materializaba en una mirada mezcla de tristeza, alegría y admiración entre Antoine y su cómplice. Los dos compañeros se despidieron con lágrimas en los ojos, un abrazo con toda la poca fuerza que les quedaba y el beso más sincero que jamás dieron en su vida. Ambos comprendían que probablemente no se volverían a ver. Además Antoine sabía que su camarada no tenía nada que temer, lo conducían hacia el mejor de los lugares, lo acompañaban hacia la libertad.

            El salvoconducto que Antoine consiguiera para sí, había logrado cambiarlo a favor de su colega. No por un acto heroico, simplemente por pura lógica, él era su compañero. Realmente era su hermano, su hermano mayor. Pero sobretodo y por encima de todo, él era su amigo.

            Al cabo de los años una fría notificación en manos de alguien que día a día había estado esperando y al mismo tiempo deseando que no llegara, confirmaba sus más terribles pesadillas. Antoine había sido entregado por las autoridades francesas a las alemanas y había dado con sus huesos en uno de los más aterradores campos de concentración nazis y, lamentablemente, había fallecido de “muerte natural”.

            Una lágrima mezcla de tristeza, alegría y rabia emborronó las últimas letras de la carta. Había recibido más de lo que nunca podría haber dado. Su amigo le había regalado la vida.