21 de febrero de 2011

Crónicas del pueblo.- La noche. El día





         De vuelta a casa, paseo por las calles del pueblo. Un rumor lejano llega hasta mis oídos. Es un sonido agudo y relajante. La noche en la villa vecina de la montaña invita a ir sin prisas. A disfrutar de cada paso, de cada imagen y de cada sonido. Camino solo, con una sensación de serenidad, tranquilidad y libertad que pocas veces se consigue. El murmullo es más cercano. Mis pasos suenan firmes y suaves. Una farola alumbra un blanco rincón. Un ladrido. Es bien entrada la noche y no tengo urgencia por llegar. No hay riesgos. La noche me acompaña en mi regreso a casa después de una velada con amigos. No hay coches, no hay motos, no hay cinturones de seguridad, no hay cascos, no hay prisas. Alzo la vista y veo estrellas. Aquí sí existen. Nada las esconde. Voy llegando al origen del sonido. Cada vez es más relajante y placentero. No desentona en la noche. La acompaña. De vez en cuando otra vez el perro. La montaña nos abriga y nos da cobijo. En unos pasos podría estar junto a ella. Los tres acompasados chorros de la fuente desvelan el misterio. Llego a casa. Se escucha el agua.


         Salgo de casa. Hace un día esplendido. Una ligera brisa aconseja que la sombra no es buen lugar para quedar parado. Las gentes comienzan su ajetreo diario en la calle principal. Lo justo. El café y la tostada con tomate y aceite de oliva son degustados al calor del sol que entra por una de las ventanas del bar. Me dirijo a las afueras. Sin coche, sin moto, sin cinturones de seguridad, sin casco. Sin prisa. En unos minutos me encuentro fuera del pueblo. He pasado junto a la fuente que continúa su musical particular. La sierra se alza majestuosa sobre mí. Unos almendros blancos como nevados. Unos castaños vacíos deshojados. Unos álamos escoltando el rio, que continúa su constante rumor. No hay nadie. Cada cual está a sus tareas rutinarias. Pero sí la hay. Los pinos y las encinas rodean y vigilan a los anteriores. No me siento solo, aunque lo estoy. Me abrigo un poco más, el sol calienta lo justo. Me siento a escuchar. El río fluye. Se escucha el agua.

“…Y allí quedé sentado junto al camino / mientras me salpicaba el agua de río / Miles de sueños iguales al mío / miles de gotas de agua de río”
         Salud y hasta pronto.

Aldeire, 21 de febrero de 2011

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