1 de noviembre de 2011

Hacia lo salvaje



         Me había ocurrido muy pocas veces. Incluso me atrevería a decir que, afortunadamente, no me ha pasado en casi ninguna ocasión. Pero el otro día sucedió y fue una sensación de esas que te llenan por completo durante días, semanas e incluso meses. De hecho al acabar comienzas a desear que llegue el momento en que experimentes lo mismo y piensas que nunca más volverá a suceder. Pero cuando menos lo esperas, llega.

         Hace unos meses compré unas entradas para ver un concierto de un grupo al cual me quedé con las ganas de explorar en vivo hace unos años. Iban a editar un nuevo disco pocos días antes de la actuación, con lo cual había que conseguirlo y tratar de escucharlo con la mayor atención posible en unos días un poco más ajetreados de lo habitual últimamente. A la primera escucha me pareció bien y posteriormente lo fui teniendo de fondo en casa y en la oficina cuando las circunstancias lo permitían. El caso es que el día señalado no llevaba los deberes bien hechos y además habíamos estado, los cuatro que asistimos al concierto, todo el fin de semana trabajando físicamente en la casa de dos de ellos, con lo cual no íbamos en las mejores condiciones para disfrutar atentamente del espectáculo. Pero fuimos. Escuchamos a unos teloneros que nos hicieron pensar que nos habíamos equivocado en ir debido al cansancio acumulado (aunque ellos en sí no estuvieron nada mal al obsequiarnos, además, con una versión más roquera que la original de “Salitre” de Quique González). Tras la primera canción del grupo principal la cantante anunció que el concierto iba a consistir en tocar todas las canciones del nuevo disco salpicadas de éxitos anteriores. Y a partir de ahí todo fue rodado. Fui de sorpresa en sorpresa al ir descubriendo, en directo, cada canción, cada letra, cada melodía del disco que tantos días había estado oyendo de fondo. Todo perfecto: el sonido, el ambiente, el lugar, las canciones, la banda y la espléndidamente comunicativa, simpática y roquera cantante y autora, junto al guitarrista principal, de esas canciones que me atrapaban en cada nota. Amaral han entrado en mi vida a lo salvaje al cogerme de mis brazos y arrastrarrme hacia lo salvaje de su música en directo.

         Un amigo reciente emprendió hace unos días un viaje poco común. Mochila a cuestas se marchó solo a recorrer medio mundo en medio año con la intención de mezclarse con las gentes que a su paso encuentre en su periplo a través de Asia, Oceanía y Sudamérica. No es un turista al uso, representa el lado más salvaje del turismo.

         Dos buenos amigos comenzaron una aventura unos meses atrás que les llevó a uno de los sitios más distintos y apartados, en todos los sentidos, de sus respectivos lugares de origen. Dos urbanitas en mitad de un pueblo de seiscientos habitantes y tratando de levantar un negocio con más trabas que ayudas. Pero lo consiguieron. Se fueron hacia lo salvaje y lo dominaron.

         Otro gran amigo sufrió hace unos meses en sus propias carnes el lado más salvaje del trabajo. Tras varios años en una empresa dedicándole más tiempo del requerido decidieron prescindir de él sin más explicaciones. 

         Yo mismo, he tenido que embarcarme en una aventura más liviana, todo hay que decirlo, que las anteriores pero que me ha llevado a tomar ciertas decisiones difíciles y tomar las riendas de una situación que comenzaba a ser demasiado salvaje para mi gusto.


         A partir de ahora seguiré mi camino por ese lado salvaje de la vida que son los negocios; mi amigo seguro que conseguirá salir de esa pasiva situación para adentrarse otra vez en la parte laboral más salvaje de nuestra sociedad; mis amigos continuarán con trabajo, tesón e ilusión su proyecto común obviando las necias situaciones que les puedan suceder en ese mundo rural a veces tan salvaje; mi otro amigo volverá de su viaje salvaje a contarnos todo lo que ha descubierto en esos mundos tan diferentes pero que, aunque no nos lo creamos, también existen habitados por personas; y mientras tanto Eva y Juan, Amaral, seguirán tocando esa canción que nos permite soñar y vivir historias de otros, desgracias y alegrías de otros, añoranzas y esperanzas de otros.

“…Y en los árboles escucha / voces de tiempos remotos. / Ha elegido caminar / hacia lo salvaje”

         Salud y hasta pronto.

Torremolinos, 1 de noviembre de 2011

30 de septiembre de 2011

Mirador de Aldeire Hotel





  “Te recuerdo bien, en el Chelsea Hotel”. Así da comienzo una de las más celebradas canciones del poeta y cantante Leonard Cohen. En ella cuenta la historia del inesperado encuentro que él mismo tuvo con la también cantante Janis Joplin en ese transitado hotel de Nueva York. No estaba previsto, no fue nada premeditado por parte de ninguno de los dos, incluso, como confiesa la misma canción, ninguno se consideraba lo suficientemente agraciado para que aquella sórdida reunión tuviera lugar. Pero ocurrió y aún lo canta y lo recuerda el único superviviente de los dos en todos sus conciertos. Todo eso, unido a la discreción y complicidad propia de un hotel hizo que surgiera una historia con visos de legendaria y junto a ella una extraordinaria canción.




         Hoy es el primer día de la nueva andadura de un establecimiento con infinitas posibilidades de albergar entre sus paredes miles de historias más o menos semejantes a la anterior. Pero el principio de las historias de este lugar no se encuentra en este mismo día, ni siquiera hace un buen puñado de meses durante los cuales se ha estado trabajando duro en la rehabilitación y rescate del edificio y su entorno. Han hecho mella el intenso frío y el sofocante calor, la nieve y la lluvia; se han experimentado sentimientos ilusionantes y alguna que otra decepción; la esperanza ha ganado siempre la partida a la desilusión que en algunos momentos difíciles quiso entrar a formar parte del proyecto; han habido promesas cumplidas y tropezones lamentablemente inevitables; noches sin dormir, jornadas laborales de sol a sol, discusiones, decisiones, aciertos y desaciertos; pero sobretodo amistad y fraternidad. El principio de las historias de este nuevo hotel no se encuentra en este mismo día sino en la década de los años cuarenta del pasado siglo, cuando fue construido con la finalidad de ser casa forestal y uno de los centros de coordinación de los trabajos de reforestación que se llevaron a cabo, en todo el Marquesado del Zenete en el actual Parque Natural y Nacional de Sierra Nevada, desde esos años hasta mediados de la década de los setenta.

  Las “casas del monte”, que así es como se le conoce popularmente al edificio, comienza a partir de hoy una nueva andadura como hotel rural moderno con vocación ecológica, divulgativa y sostenible con el medio natural que lo rodea. Dispone de todas las comodidades necesarias para poder convivir y disfrutar con su entorno natural produciendo tantas historias distintas como distintos sean sus huéspedes. Entre pinos y encinas discurren unos atractivos paseos a su alrededor. El frio y nevado invierno se transforma en cálidas tardes al calor de sus chimeneas, y el caluroso verano de otras latitudes, incluso muy cercanas, es allí una agradable y revitalizante brisa veraniega. Excursiones en plena naturaleza o turismo monumental e histórico a través de las villas vecinas son distintas alternativas, nunca reñidas, que harán que las historias vayan entrando y saliendo por sus puertas mezclándose entre sí y constituyendo un poso invisible de entrañable complicidad entre sus desconocidos y anónimos huéspedes.



  En este último día de septiembre del año dos mil once abre sus puertas el Hotel Rural Mirador de Aldeire con la esperanza y la ilusión de poder albergar entre sus muros, y fuera de ellos, historias personales de todo tipo para quizá así alguna de ellas, alguna vez, llegue a protagonizar una buena canción que, es solo una posibilidad, podría comenzar de esta manera: “Te recuerdo bien, en el Mirador de Aldeire Hotel…”

Para Javi, Ana y todos los que les han echado una mano, de cualquier manera y por pequeña que haya sido, en todos estos meses de trabajo.

  ¡Salud amigos!

La Carihuela, 25 de septiembre de 2011


10 de agosto de 2011

La tierra está sorda





         Un día de playa. Un día en una inmensa playa al sur de Francia. Se encuentra rodeado de miles de personas y ninguna es de su familia, que él sepa. Muchos amigos y un número que se le antoja infinito de desconocidos. En cualquier caso todos compañeros. Todos unidos por una misma justa causa los últimos tres oscuros años. Es un lugar y un tiempo donde no debería estar en condiciones normales, si la humanidad fuera más ecuánime y solidaria y menos envidiosa e hipócrita. Es el campo de concentración de la playa de Argelès y es febrero de mil novecientos treinta y nueve.


         Un par de años antes había decidido dejar su buen trabajo y su querida familia en la parte francesa de Marruecos para defender la libertad democrática que algunos habían asaltado y pretendían abolir, por la fuerza, en su país. Estuvo en Madrid. Pasó por el levante español, de donde cogió prestado el nombre a uno de sus pueblitos costeros para llamar así a su próxima hija. Es probable que estuviera en la batalla del Ebro y finalmente salió, derrotado como tantos otros miles, caminando hacía el país vecino. Francia, en la que tenían puestas tantas esperanzas de acogida amable, solidaria y fraternal después de haber luchado tanto tiempo por la libertad, los recibió recluyéndolos como a criminales en condiciones infrahumanas. Una dolorosa recompensa. Gracias a su dominio del francés, consiguió salir de la playa y embarcar en Marsella rumbo a Orán y de allí en autobús hasta su casa. Su esposa y sus, hasta ese momento, dos hijos le esperaban con una extraña mezcla de ilusión y miedo. Ilusión por el reencuentro. Miedo por lo que pudiera haber pasado en esos duros años. Podría haber pasado hambre y frío. Podría haber estado herido o incluso regresado lisiado. Podría haber visto morir a algunos, a muchos. Podría haber matado. Nunca lo sabrían. Para él comenzó otra vida. A su país, al que tanto quería que lo había dejado todo por defenderlo, aún le quedaba lo peor, treinta y siete años de poder absoluto y abusos por parte de los vencedores con la total indiferencia de la comunidad internacional.

         Esta historia real y muy cercana, redactada muy sucintamente en parte por no ser este el marco adecuado y en parte por lamentable desconocimiento, podría ser perfectamente el hilo conductor de una de las canciones que integran el disco que me viene cautivando de manera ascendente estos últimos días. Barricada ha bordado una obra titulada “La tierra está sorda” donde dan voz y altavoces a todas esas anónimas historias que, por pertenecer a los vencidos, se han quedado en el olvido general más de sesenta años. Son canciones que a todos nos sobrecogerían si algunos aún no siguieran empeñados en justificar y aprobar cuatro décadas de gobierno absolutista basado en el miedo y el terror. ¿Cosas buenas? Pues claro. Hasta el más vil y sanguinario de los asesinos en serie no podía dormir en la noche de reyes. Por eso este disco, aunque necesario, igual una parte de nuestra sociedad no está preparada para tomarlo en su justa medida. Una chica que se suicida tirándose por la ventana momentos antes de su obligado bautismo público y ejemplarizante. Trece rosadas menores que son fusiladas una noche de agosto por tener pensamientos diferentes al Régimen. Una carta de despedida emotiva, serena y valiente antes del fusilamiento. Nuestra Iglesia, amparando todos estos crímenes, obsesionada con la falsa y equívoca interpretación del legado de Jesucristo. Exiliados en alpargatas. Recuerdos de besos. Trágicas fugas de penales. El remedio de la cuneta. Y “el peor dolor es no poder compartir el vacío de estas horas”. La tierra está sorda porque a muchos los dejaron mudos dentro de ella.

         Mientras haya personas que no se emocionen con estas historias y le busquen explicaciones y justificaciones seguiremos en peligro. Quizá no de guerra, pero sí de no vivir en auténtica libertad y paz.

“…que no envuelva la sal / la piel de la memoria. / Que la quieren dejar muda, ciega, coja, sorda y rota.”

         Salud y hasta pronto.

La Carihuela, 10 de agosto de 2011

20 de junio de 2011

No nos mires, únete




         Y eso es lo que hicimos. Dejamos de ser meros espectadores, en el mejor de los casos, y nos unimos a ellos.



         No sabría muy bien decir cuando comenzó todo realmente. A estas alturas ya hay una fecha bastante señalada para tal acontecimiento pero quizás a mí, y a la mayoría de los que nos reunimos ayer en la calle, hacía ya bastante tiempo que había algo de todo esto que no me terminaba de convencer y comenzaban a asaltarme las dudas acerca del tipo raro en que me estaba convirtiendo al estar preocupado por ciertas cosas de mi  alrededor. Llevaba bastante tiempo escuchando los programas en la radio o viendo las noticias en la televisión y protestando e indignándome más y más con cada cosa que escuchaba o veía. Y lo hacía en voz baja o en voz alta, pero en casa. Llevaba bastante tiempo siendo el foco de atención cada vez que, en una conversación de amigos, saltaba un tema un pelín escabroso acerca de política o gestión social. La situación se convertía en un repetitivo juego de todos contra uno, donde yo era el “uno”. Por todo eso en más de una ocasión me he sentido el bicho raro, e incluso he llegado a pensar que, aunque lo que yo siempre defendía estaba basado en unos principios básicos de libertad, igualdad y respeto, quizá debería de ir cambiando y comenzar a traicionar mi mente, mis pensamientos, mis convicciones. ¿Quién sabe?, seguramente viviría más relajado dándole la espalda a todo.

         
         

         Pero llegó la ocasión de comprobar que no sólo no estaba equivocado, sino que había cientos de miles (si no más) de personas que pensaban bastante parecido a mí. Todas esas personas se echaron a la calle el día 15 de mayo de 2011 para comunicar a los que se dicen políticos que ya está bien de manejarnos como borregos y que habría que ir pensando en arreglar temas concretos para que nuestra democracia salga del letargo donde casi todos ellos desean que permanezca. El movimiento 15-M y todo lo que le rodea tiene propuestas concretas dispuestas a ser recogidas y llevadas a buen puerto por los dirigentes políticos. Son ellos, los políticos, los que siguen haciendo caso omiso al sentir de una inmensa parte de la población que únicamente les están diciendo: “mirad, por si no se os había ocurrido, estas son las cosas básicas que hay que cambiar para que todos vivamos mucho mejor. Para que todos disfrutemos de una libertad, de una igualdad y de un respeto verdaderos”.
     

         Y ayer nos fuimos a la calle a unirnos a la manifestación que se convocó en Málaga. Allí pude comprobar en primera persona muchas cosas que intuía, pero que al no haberlas visto continuaban sembrando de ciertas dudas mi cabeza. Allí pude ver que un domingo de verano a las siete de la tarde muchos miles de personas se dirigieron al punto de partida de la movilización sin que el reclamo fuera ninguna celebración deportiva. Allí pude ver que cualquier soporte era perfecto para colocar un mensaje que resumiera el estado de ánimo actual. Ayer pude ver que los únicos perros que había iban atados y siguiendo a su amo y que las únicas flautas eran las que sarcásticamente portaban algunos. Ayer pude ver que mi novia y yo, que ya arrastramos veinte años en cada pierna, no éramos, ni de muy lejos, los más mayores de la concentración. Ayer pude ver alegría, pese al motivo de la congregación, en el ambiente, y eso es mejor trabajar. Ayer pude ver compañerismo, respeto, educación, organización, integración y libertad.



         Y hoy, la clase política, que parece que ni tiene clase ni hace política, sigue a sus cosas. Ignorando, ya no el malestar de los ciudadanos que les han puesto ahí y que les pagan, sino las concretas propuestas de cambio que les han ofrecido. Y nada. Pero algún día ocurrirá. Porque desde ayer, al menos, hay oficialmente un indignado más.

         Y eso es lo que hicimos. Dejamos de ser meros espectadores, en el mejor de los casos, y nos unimos a ellos…

“Pide un deseo. / Quiero que el odio me salga de dentro. / Quiero cambiar este mundo tan feo. / Y respirar / y poder decir que estoy aquí, que estoy en contra de todo. / Quiero que caiga una droga del cielo / que haga del mundo un lugar más ameno. / Y respirar, / que entre bien dentro, / sólo por respirar”

         Salud y hasta pronto.

Torremolinos, 20 de junio de 2011

2 de junio de 2011

Me estoy quitando




         La verdad es que a veces comienzas a hacer algo y no sabes muy bien por qué. Comienzas a hacer cosas que antes ya las habías experimentado pero es en ese preciso momento, ni antes ni después, justo en ese instante, cuando en realidad era la ocasión de hacerlo. Y lo notas. Por alguna extraña razón sabes que es tu oportunidad e intentas no defraudarte.

         Desde hace unas semanas me estoy quitando. Lo he dejado y las sensaciones son buenas. Lo suplo con otras cosas que hacen que no sienta la necesidad de volver a las andadas. Y lo mejor es que apenas lo echo de menos. El primer sorprendido soy yo. En muchas otras ocasiones lo había intentado pero, aunque aguanté más tiempo del que ahora llevo, nunca me había sido tan relativamente fácil. Ahora tengo la impresión de que puedo llegar al objetivo tantas veces marcado y nunca conseguido. Lo sé.


         Hace unas semanas confluyeron varios factores para que en una clase a la que asisto para mejorar mi maltrecha espalda decidiera perder esos kilos que me sobran desde siempre. No es que los haya cogido con el paso de los años, es que siempre los he tenido. Simplemente unos kilos de más. Nada importante pero que siempre he tenido sobre mí como la espada sobre Damocles. Me estoy quitando de picar a deshora, de zamparme platos de carne con espesas salsas y patatas fritas cayéndose por los bordes, de tragar enormes ensaladas encubriendo ingredientes no muy saludables en su abuso, de beber ingentes cantidades de alcohol sin ningún fin. Ahora tomo carne y pescado a la plancha, fruta, yogurt, verduras frescas y a la parrilla, pasta, etc. En fin, lo que todos sabemos que es sano pero nos es difícil asimilar. Me estoy quitando de comer mal, no de comer. Y lo mejor es que creo que lo conseguiré.

         Pero nada viene solo en esta vida que nos ha tocado. Y al tiempo me he encontrado con que también estaba echando a un lado ciertas cosas. Me estoy quitando también de correr en la carretera, en la vida y en la mente. Y de mirar los accidentes de tráfico del carril opuesto provocando más caos aún. Me estoy quitando de adquirir cosas inútiles a bajos precios y cosas útiles a altos precios. Me estoy quitando de creer que todo en este mundo se compra aunque desafortunadamente la mayoría así lo cree y así nos va. Me estoy quitando de no ver más allá de mi propia nariz. Me estoy quitando de ver la realidad desde fuera sin participar en ella y de quejarme de todo tan solo en las reuniones de amigos. Me estoy quitando de escuchar la música que hay que escuchar y así estoy descubriendo verdaderas joyas. Me estoy quitando de fijarme en tan solo un medio de comunicación para mis informaciones y así enriquecer mi punto de vista. Así como de ver un gran número de programas de televisión que no me aportan absolutamente nada. Me estoy quitando de creer que se necesitan tantas cosas para vivir cuando tan solo hace falta a tu lado gente que te quiera, tu compañera, tu familia y  tus amigos, y algo de dinero para echar el mes.

         Me estoy quitando de todo eso y más pero, como dice la canción, “solamente me pongo de vez en cuando”. A veces recaigo, no soy perfecto. Por eso cada día es importante para conseguir la utópica independencia absoluta. Si puedo alcanzar el peso que me he propuesto, ¿por qué no podría acercarme a conseguir lo demás?

“…Estoy buscando al doctor / pa’ que me de la receta / pa’ olvidarme de tu amor / y no volverme majareta”

         Salud y hasta pronto.

Nota.- No dejes de escuchar lo nuevo de Extremoduro, “Material defectuoso”, con el que sin entrevistas, sin ruedas de prensa, sin videoclip, sin fotos y sin gira han llegado al número 1 en ventas en una de esas listas que seguro que a Robe Iniesta se la trae floja.

Torremolinos, 2 de junio de 2011

17 de mayo de 2011

Llamando a Londres






         Una ciudad grande. Enorme. Una capital real de una potencia que domina el mundo. Millones de personas transitan cada día, cada minuto, por sus carreteras, sus cielos, sus calles y su río. Un monumental e impersonal  hormiguero que se hace aún más evidente si cabe al adentrarse en el subsuelo. Las personas se convierten en gente. Gente que no se conoce. Gente que no se saluda. Gente que almuerza entre una parada y otra de metro. Gente que no levanta los ojos de su móvil. Gente que tropieza con otra sin inmutarse. Gente que corre porque la ciudad corre, y nunca la llegan a alcanzar. Gente que vive para trabajar esperando la hora de salida para abarrotar los bares que venden cerveza. Gente que trabaja para comprar.

         Gente que se cree privilegiada por agotar sus días dentro de una ciudad donde constantemente son manipulados de manera sutil. Bombardeos de publicidad a cada paso que dan indicándoles el camino empedrado por el que conseguir lo que creen que necesitan. Hormiguitas que se dirigen con puntualidad británica donde toca ir. Y nada más.

         Monumentos de inspiración bélica, autobuses, trenes coches, barcos, aviones, bares, restaurantes, grandes almacenes, dinero, dinero, dinero. Y nada más. No existe nada más en la ciudad porque ella no lo permite.

“La era del hielo se acerca, el sol se hace más fuerte / Se aguarda un colapso, y el trigo apenas crece / los motores se detienen, pero no tengo miedo / porque Londres se está incendiando y yo vivo junto al río”

        Salud y hasta pronto

Londres-Málaga 15 de mayo de 2011

14 de abril de 2011

Perplejidad eléctrica



         Perplejo. Perplejo, anonadado e incrédulo. Así, y reprimiendo los auténticos calificativos que describirían mejor mi estado de ánimo para así tratar de no dañar la sensibilidad del lector, es como me encontré esta mañana en mitad de una acera.

         Blanco y negro. Una larga cola de personas espera paciente y soñolienta ante la puerta de un establecimiento situado en la parte trasera de una de las vías principales de la ciudad. Esperan, atentas a sus relojes, a que llegue la hora anunciada. Esperan atentas y amenazantes ante cualquier nueva incorporación al grupo, controlando e indicando, por si las intenciones son otras, donde se encuentra el último de la fila. ¿Es esta la cola? ¿Es usted el último? Son las palabras mas repetidas en esa temprana mañana en esa pequeña calle. Llega la hora ansiada y al fin abren la puerta. Una señorita comienza a dar números por riguroso orden de llegada en un repentino ataque de organización. A algunos se nos antoja un poco tardía la medida. La gente se dispersa por la calle una vez que han tomado posesión del ansiado papelito que les otorga un derecho de turno por el que lucharán si es preciso.



         ¿Tardaran mucho, señorita? Unos diez o quince minutos cada uno. Tengo veintitantos por delante. Son sólo dos personas atendiendo a los clientes. El bar de la esquina tiene pinta de hacer su particular agosto cada mañana sin tener que esperar a tan calurosas fechas. Tras una larga espera en la que se suceden protestas que no encuentran ni respuesta ni comprensión, por fin entro en la oficina. Pronto será mi momento. Es una oficina pequeña, paradójicamente apenas iluminada, con dos mesas para atender a decenas de personas y seis sillas para acomodarlos en su larga espera, tiene también una vieja puerta al fondo por donde salen y entran personas sin oficio conocido. Está situada en la parte trasera de una de las vías principales de la ciudad. Quizá se solucione mi problema, quizá no. No hay garantías.

         La ciudad es Fuengirola, la oficina es de sevillanaendesa y, aunque parezca mentira, la escena real no fue en blanco y negro.

“…y enfocaré mi mente en ti / y en lo que nos costará reconstruir / antiguas catedrales / De nuevo la realidad / se volverá perplejidad”

         Salud y hasta pronto.

Fuengirola, 12 de abril de 2011

21 de marzo de 2011

Negra duda





         El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Eso recuerdo que contaba el principio de un programa sobre automovilismo donde un coche se estrellaba en medio de una carretera contra una piedra que parecía que el mismísimo coyote había dejado caer sobre el correcaminos. Y lo hacía dos veces. Yo aún iría más lejos. El hombre tropieza una, dos, tres y todas las veces que haga falta hasta que logre conseguir su oculto, hasta para él, objetivo: acabar con todo. Desde que el hombre está sobre la Tierra, sólo ha sabido resolver sus problemas a través de la violencia (o con ella de trasfondo). La paz siempre ha sido como la programación de cualquier canal de televisión en la que los anuncios publicitarios se suceden entre algún que otro programa más o menos interesante, una simple escusa entre una guerra y otra. Hoy he escuchado la declaración más profunda e interesante que, bajo mi punto de vista, un político jamás haya hecho. Quizá por ello quedará en el olvido y nadie hablará de ella. “Me parece increíble e indecente que no sepamos solucionar conflicto alguno sin echar mano de una guerra”, ha dicho, poco más o menos, un importante representante político a los micrófonos de los periodistas que lo acorralaron. Qué triste razón tiene.



         Me asaltan las dudas. Tengo sentimientos encontrados. Mi corazón me dice algo y mi cerebro lo contrario. Por eso no ceso de hacerme preguntas. Trato de llegar a alguna conclusión que me permita creer en el ser humano como especie. La diferencia entre la recién empezada guerra contra Libia y la que se libró (y libra) contra Irak ¿es un simple papel firmado por las Naciones Unidas? El dictador libio ¿no es el mismo que hace muchos años era un villano de película de James Bond y que años después fue recibido por diversos países europeos como jefe de estado? ¿De nuevo es el demonio personificado? ¿De dónde ha conseguido el armamento que, según los medios de comunicación, está usando para acabar con su propio pueblo?

         Dudo. Dudo que todo sea blanco o negro. Dudo que la gente sea buena o mala. Dudo cuando escucho a alguien hablar en nombre de todo un pueblo cuando en realidad sólo representa una parte de él. Quizá esta es una guerra perdida. Mi guerra. Una guerra contra la guerra en la que está claro que el ganador será el más vil, el más cruel, el más astuto, el más hipócrita, el más armado. Me temo que la única duda que se me aclara en estos momentos es que la única esperanza del pueblo civil que anda intentando vivir lo mejor posible cuando sus mandatarios deciden jugar a las guerritas, es tener una cámara de televisión cerca. Un avión no bombardeará nunca a un núcleo de población civil… porque sería una muy mala imagen. No nos engañemos.

“…prometo ver la alegría / escarmentar de la experiencia / pero nunca / nunca más usar la violencia”

         Salud y hasta pronto.

La Carihuela, 21 de marzo de 2011

28 de febrero de 2011

La familia... y uno menos




         Recuerdo que eran días de excitación. Horas previas a su llegada, que esperábamos anhelantes desde el mismo instante de su anterior marcha. Recuerdo perfectamente que la pregunta más repetida en esos momentos previos era: “¿Cuándo llegan tita Olga y “tontón” Jack? Pero estos días me cuesta recordar su cara. Recuerdo cuando por fin sonaba el timbre de mi casa y entraban contentos y sonrientes tras un largo viaje por carretera desde la capital de La France. Los regalos que siempre nos traían era lo siguiente que esperábamos. Pero estos días me es difícil traer su cara a mi mente. Recuerdo que era una ilusión extraordinaria que se quedaran a comer o a cenar ese mismo día. Mi tío, con su horrible español, siempre bromeando, y mi tía, dulce, cariñosa y atenta con mis hermanos y yo. Pero estos días me está costando mucho ver su cara. Recuerdo una noche que, al acostarnos, ella vino a la habitación y me arropó antes de dormirme. Recuerdo cuando llegaba la hora de la partida y sabíamos que volverían en unos (largos) meses. Pero estos días me está costando recordar su cara. Recuerdo cómo, a mi novia y a mí, nos acogieron en su casa de Paris y posteriormente en la de Pau. Recuerdo cómo lo último que les importó cuando nos robaron su carísima cámara de fotos fue la dichosa máquina. Lo primero éramos nosotros. Y lo segundo también. Pero ahora no soy capaz de recordar claramente su cara. Recuerdo cuando decidieron venir a vivir a España para estar cerca de su familia. Pero, ¿por qué no puedo recordarla ahora? Recuerdo cuando, hace un par de días, llegué demasiado tarde al hospital. Quizá por eso me está siendo tan difícil visionarla. Aunque ya la empiezo a ver.



         Recuerdo cuando yo renegaba de la familia. Supongo que todos hemos pasado por esa etapa, aunque, por los comentarios de mi entorno, parecía que era el único en comportarme de esa manera. Hace unos años una persona muy cercana a mí en mi trabajo me dijo: “cuida de la familia, al final es lo único verdadero que tenemos”. Desde entonces, casi sin querer, comencé a darme cuenta de que su afirmación no era gratuita y de que la familia era una parte importante en la vida de las personas. Últimamente he experimentado, por diversas vías, que la familia siempre está y estará ahí. La familia compuesta por los miembros que quieres y que te quieren, sanguíneos y no sanguíneos  (vosotros sabéis quienes sois). Por eso, cuando falta alguien, por muy esperado que sea, y ese alguien pertenece a la familia, es muy difícil soportarlo e imposible sustituirlo.

         Ayer despedimos a mi tía, ya no volverá en unos meses en sus próximas vacaciones. Desde entonces somos uno menos. Pero ya puedo verla, ya lo he logrado, riendo con su sonora carcajada y cuidando de su familia. Gracias.

(Hoy no hay cita musical, tan solo escucha a Albinoni)

         Salud y hasta pronto.

Torremolinos, 28 de febrero de 2011

21 de febrero de 2011

Crónicas del pueblo.- La noche. El día





         De vuelta a casa, paseo por las calles del pueblo. Un rumor lejano llega hasta mis oídos. Es un sonido agudo y relajante. La noche en la villa vecina de la montaña invita a ir sin prisas. A disfrutar de cada paso, de cada imagen y de cada sonido. Camino solo, con una sensación de serenidad, tranquilidad y libertad que pocas veces se consigue. El murmullo es más cercano. Mis pasos suenan firmes y suaves. Una farola alumbra un blanco rincón. Un ladrido. Es bien entrada la noche y no tengo urgencia por llegar. No hay riesgos. La noche me acompaña en mi regreso a casa después de una velada con amigos. No hay coches, no hay motos, no hay cinturones de seguridad, no hay cascos, no hay prisas. Alzo la vista y veo estrellas. Aquí sí existen. Nada las esconde. Voy llegando al origen del sonido. Cada vez es más relajante y placentero. No desentona en la noche. La acompaña. De vez en cuando otra vez el perro. La montaña nos abriga y nos da cobijo. En unos pasos podría estar junto a ella. Los tres acompasados chorros de la fuente desvelan el misterio. Llego a casa. Se escucha el agua.


         Salgo de casa. Hace un día esplendido. Una ligera brisa aconseja que la sombra no es buen lugar para quedar parado. Las gentes comienzan su ajetreo diario en la calle principal. Lo justo. El café y la tostada con tomate y aceite de oliva son degustados al calor del sol que entra por una de las ventanas del bar. Me dirijo a las afueras. Sin coche, sin moto, sin cinturones de seguridad, sin casco. Sin prisa. En unos minutos me encuentro fuera del pueblo. He pasado junto a la fuente que continúa su musical particular. La sierra se alza majestuosa sobre mí. Unos almendros blancos como nevados. Unos castaños vacíos deshojados. Unos álamos escoltando el rio, que continúa su constante rumor. No hay nadie. Cada cual está a sus tareas rutinarias. Pero sí la hay. Los pinos y las encinas rodean y vigilan a los anteriores. No me siento solo, aunque lo estoy. Me abrigo un poco más, el sol calienta lo justo. Me siento a escuchar. El río fluye. Se escucha el agua.

“…Y allí quedé sentado junto al camino / mientras me salpicaba el agua de río / Miles de sueños iguales al mío / miles de gotas de agua de río”
         Salud y hasta pronto.

Aldeire, 21 de febrero de 2011

3 de febrero de 2011

Palabras más, palabras menos




         Hoy me ha vuelto a pasar. Otra vez me he cabreado. Una vez más los acontecimientos me han sobrepasado y de buenas a primeras me he visto despotricando de este, de ese y, sí, sí, de aquel también. No se ha librado ni el tato. Y es que cuando me enciendo soy como un obús, como una granada, aunque al poco me deshincho y tal bomba se convierte en un simple globo. Aunque un globo turgente, muy turgente, a punto de estallar. Afortunadamente para todos nunca llega a reventar y al poco rato, una vez desinflado, uno se cuestiona: ¿y a cuento de qué cojo yo estos sofocones?
         Se preguntarán ustedes qué es eso que consigue sacar de sus casillas a alguien tan sereno y pausado. Pues bien, no son peleas de enamorados, ni disgustos académicos, ni discusiones de tráfico, ni tan siquiera una buena reunión de comunidad vecinal. Lo que me irrita poco a poco hasta, en ciertas ocasiones como la de hoy, desparramar demonios desde mi boca no es otra cosa que la hipocresía humana llevada al límite. Sí, así es. Evidentemente no de forma genérica sino concreta. Por eso me afecta de tal manera.


         ¿Se pueden creer que existe gente que, cuando les es conveniente actúan de una manera (con la legalidad por delante) y cuando les interesa cambian radicalmente de actitud (dando la espalda a esa legalidad que defendían pero silbando disimuladamente)? Ojalá no fuera una pregunta retórica e irónica a la que además acompaña una respuesta que pido prestada al extremoduro Robe Iniesta: “Pues créetelo, chaval”.

         Sí, esta mañana he sido testigo, una vez más, de que hay gente, más de la que nos gustaría que hubiese, que son como el perro del hortelano: que ni come ni deja al amo. Gente que no se atreve a venir a decirte ciertas cosas supongo que por miedo a que la palabra les convenza de que están en un error. Gente que te dice las cosas a medias supongo que por miedo a que la palabra les contradiga en la otra mitad. Gente que deja de pagar el alquiler de su vivienda sin dar ninguna explicación, la misma gente que antes te exigía que todo estuviera más que perfecto, supongo que por miedo a que la palabra les quite la razón que obtuvieron en sus radicales círculos íntimos. Son gente que exige, exige y exige pero cuando llega el momento de asumir sus responsabilidades desaparecen. Se esfuman. Pero, eso sí, ellos siguen creyendo, en la sombra, que tienen la razón de su parte. Y no digo con esto que sea yo quien la tenga pero… por qué no damos una oportunidad a la palabra. Nos iría mejor a todos. Esta es la vieja historia de los derechos y los deberes. Todo derecho tiene acarreado un deber, pero hay gente que cree firmemente que tiene derecho a no tener deberes.
         Este ha sido el último aliento que le quedaba al globo antes de deshincharse completamente. Gracias, palabras.

“Palabras más o menos ayer me decías / Palabras más o menos que no me quieres / Palabras más o menos me estás tocando los huevos…”

         Salud y hasta pronto

Torremolinos, 3 de febrero de 2011

21 de enero de 2011

Caravana de amor





         Era una preciosa mañana de un invierno que comenzaba a tocar a su fin. Aunque era día laborable me encontraba paseando por la calle Larios haciendo de improvisado guía turístico a unos queridos amigos valencianos. Todo era perfecto, habíamos visitado distintos puntos de interés de la capital y nos disponíamos a coger el coche con la intención de degustar un auténtico plato de los montes. Entonces ocurrió. Mientras comentaba a mis invitados lo bien que estaba quedando Málaga y otras cuestiones alabando la patria chica la vi a unos doscientos metros delante nuestra. Mis amigos no cayeron en el detalle, pero yo sí. Se la veía segura de sí misma, atenta a todo lo que ocurría a su alrededor, convencida de que sus proposiciones eran honestas y que nadie se podría negar a sus ofrecimientos. Caminábamos hacia ella y ella lo sabía. Estoy seguro de que apreció mi presencia mucho antes de que llamara mi atención. Por esa razón dejó que pasaran unos y otros por su lado sin apenas insistir en su reclamo. Me vio y me eligió. Decidió que yo era su objetivo y que al mismo tiempo no me podría negar a su ofrecimiento. Y si de paso mis amigos se animaban a unirse a nosotros pues miel sobre hojuelas. Yo sabía, a cada paso que nos acercábamos a ella, que nuestro encuentro era inevitable. Alguna extraña atracción emanaba de aquel ser y se difuminaba a su alrededor provocando un campo magnético al que pocos se podrían resistir. Al final, creí que lo lograba. Por un breve instante pensé que había conseguido evitar caer en la tentación pero tan solo fue otro truco de su juego femenino. Al pasar junto a ella, no antes, sino en ese preciso momento, me abordó. Estaba sola, seguro que no casualmente. Me había elegido para su propósito y eso era lo único que en esas circunstancias le importaba. Estaba perdido. Al oir su proposición no pude negarme. Lo admito, no pude. Y lo que es mejor… me alegro de no haberlo hecho.

         A partir de ese día colaboro mensualmente con una cantidad paupérrima a que los refugiados de este loco e hipócrita mundo se les hagan los días un poco menos trágicos y largos. Refugiados de países con conflictos bélicos los cuales de un día para otro se encuentran sin una casa, un barrio, una ciudad, un país al que volver. Son personas, sí personas, a los que se les expulsa directa o indirectamente de sus hogares tan solo porque unos pocos están peleados con otros pocos por dinero y poder. Básicamente eso es lo que pasa. Y pasa, claro está, en ese otro mundo que existe simplemente girando la cabeza hacia el lado contrario de donde siempre la volvemos. Ahí mismito. Mi aportación es insignificante, pero, como ya dijo Lola Flores en su momento: “si cada español me diera una peseta podría saldar mis deudas”. No estamos hablando de una peseta, sino de la suma de muchas “una peseta”. Y esto sí que es necesario. Si los gobiernos fueran cabales, sensatos y altruistas no existiría este problema. Pero no lo son y por lo tanto existe.


         Ese día en la calle Larios, en una primaveral mañana de invierno, cuando yo tan solo miraba hacia lo bonita que estaba mi ciudad y lo bien que íbamos a comer al mediodía, una cooperante de ACNUR me cogió la cabeza, me la giró hacia atrás y vi el abismo. Desde entonces intento que mis ojos miren en todas las direcciones.


         Siempre estás a tiempo. Pincha en la imagen de arriba y pon tu granito de arena en esta tu caravana.

“…Ahora los niños del mundo pueden ver / que este es un lugar mejor para estar / El lugar es donde hemos nacido / tan descuidado y dividido…”

         Salud y hasta pronto

Torremolinos, 21 de enero de 2011

17 de enero de 2011

Dinero por nada



         
         ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Qué nos está sucediendo? ¿Cómo es posible que nos preocupemos por cosas que en el fondo no tienen importancia y miremos para el lado opuesto a las que realmente sí la tienen? ¿Para qué existen palabras en los diccionarios si no se pueden decir ni siquiera como parte de un texto literario? ¿Es ofensivo utilizar la palabra “maricón” sin referirse a alguien en concreto, simplemente para intentar explicar una idea? ¿Es sexista usar la expresión “chicas gratis” cuando se compone una canción pretendiendo reflejar una realidad? ¿Es racista afirmar que alguien “toca los bongos como un chimpancé”?

         Pues aunque parezca mentira, y ojalá lo fuese, si le hiciésemos estas tres últimas preguntas al gobierno de Canadá sus respuestas serían: “sí” a la primera cuestión, “claro” a la segunda y “por supuesto” a la tercera. Parece ser que en Canadá, y sospecho que cada vez en más lugares del mundo, tienen el oído un pelín desafinado y donde los demás hemos escuchado desde hace veinticinco años una estupenda canción con buena letra y mejor música, ellos oyen el sonido de la degeneración de la raza humana y la apología de los más bajos instintos personales. En muchas ocasiones el pecado no está en el que canta sino en el que escucha con las orejas sucias.



         Una mañana abro mi virtual periódico de información musical y me encuentro con que la canción Money for nothing (que viene a significar “Dinero por nada”) del mítico grupo Dire Straits ha sido prohibida en las radios canadienses por considerarla “inaceptable” en base a las anteriores exposiciones. “Inaceptable” es el mejor adjetivo que se me ocurre en estos momentos, sin ánimo que llegar a las manos, para describir la actuación de unos tipos que se atreven a dictar normas de fe para el buen comportamiento del rebaño. Como nos parece ofensiva, sexista y racista, porque así nos hemos levantado esta mañana, pues la prohibimos y a esperar otra denuncia demente de otro de nuestros súbditos. Porque sí, la historia comienza con un señor que escucha la letra, le molesta y en lugar de apagar la radio, vivir y dejar vivir, se le ocurre denunciarla ante alguien con poder para prohibir su emisión. Y lo que es peor, estos le dieron cancha a la absurda acusación. 

         La canción trata de lo fácil que tienen algunos oficios (grupo musical de éxito, por ejemplo) el ganar dinero en abundancia en contraposición con otros trabajos más duros en los cuales el salario es infinita y obscenamente más pequeño. Y nada más. La canción no es que sea ofensiva, si no que es todo lo contrario: una auténtica autocrítica al mundo regalado donde Mark Knoppler y su grupo vivían ya en aquel lejano 1985. Por tanto es de agradecer que ellos mismos fueran conscientes de que por tocar unas guitarras les consideraran pseudo-dioses y que existían personas que trabajaban de sol a sol instalando cocinas y cargando pesadas neveras (como dice la canción) donde enfriar sus caras botellas de champagne francés.

         Como dijeron irónicamente hace ya unos años un grupo de punk español a los cuales si el señor canadiense les echara el oído se caería ipso facto redondo al suelo sufriendo espasmos y convulsiones varias: “Es increíble cómo resulta el sistema / os felicito y os doy mi enhorabuena”. Tras lo cual acababan su correcto pareado con un sonoro y dedicado eructo.

“…Tocas la guitarra en la MTV / eso no es trabajar…/… consigues dinero por nada y chicas gratis…”

         Salud y hasta pronto.

Torremolinos, 17 de enero de 2011