21 de enero de 2011

Caravana de amor





         Era una preciosa mañana de un invierno que comenzaba a tocar a su fin. Aunque era día laborable me encontraba paseando por la calle Larios haciendo de improvisado guía turístico a unos queridos amigos valencianos. Todo era perfecto, habíamos visitado distintos puntos de interés de la capital y nos disponíamos a coger el coche con la intención de degustar un auténtico plato de los montes. Entonces ocurrió. Mientras comentaba a mis invitados lo bien que estaba quedando Málaga y otras cuestiones alabando la patria chica la vi a unos doscientos metros delante nuestra. Mis amigos no cayeron en el detalle, pero yo sí. Se la veía segura de sí misma, atenta a todo lo que ocurría a su alrededor, convencida de que sus proposiciones eran honestas y que nadie se podría negar a sus ofrecimientos. Caminábamos hacia ella y ella lo sabía. Estoy seguro de que apreció mi presencia mucho antes de que llamara mi atención. Por esa razón dejó que pasaran unos y otros por su lado sin apenas insistir en su reclamo. Me vio y me eligió. Decidió que yo era su objetivo y que al mismo tiempo no me podría negar a su ofrecimiento. Y si de paso mis amigos se animaban a unirse a nosotros pues miel sobre hojuelas. Yo sabía, a cada paso que nos acercábamos a ella, que nuestro encuentro era inevitable. Alguna extraña atracción emanaba de aquel ser y se difuminaba a su alrededor provocando un campo magnético al que pocos se podrían resistir. Al final, creí que lo lograba. Por un breve instante pensé que había conseguido evitar caer en la tentación pero tan solo fue otro truco de su juego femenino. Al pasar junto a ella, no antes, sino en ese preciso momento, me abordó. Estaba sola, seguro que no casualmente. Me había elegido para su propósito y eso era lo único que en esas circunstancias le importaba. Estaba perdido. Al oir su proposición no pude negarme. Lo admito, no pude. Y lo que es mejor… me alegro de no haberlo hecho.

         A partir de ese día colaboro mensualmente con una cantidad paupérrima a que los refugiados de este loco e hipócrita mundo se les hagan los días un poco menos trágicos y largos. Refugiados de países con conflictos bélicos los cuales de un día para otro se encuentran sin una casa, un barrio, una ciudad, un país al que volver. Son personas, sí personas, a los que se les expulsa directa o indirectamente de sus hogares tan solo porque unos pocos están peleados con otros pocos por dinero y poder. Básicamente eso es lo que pasa. Y pasa, claro está, en ese otro mundo que existe simplemente girando la cabeza hacia el lado contrario de donde siempre la volvemos. Ahí mismito. Mi aportación es insignificante, pero, como ya dijo Lola Flores en su momento: “si cada español me diera una peseta podría saldar mis deudas”. No estamos hablando de una peseta, sino de la suma de muchas “una peseta”. Y esto sí que es necesario. Si los gobiernos fueran cabales, sensatos y altruistas no existiría este problema. Pero no lo son y por lo tanto existe.


         Ese día en la calle Larios, en una primaveral mañana de invierno, cuando yo tan solo miraba hacia lo bonita que estaba mi ciudad y lo bien que íbamos a comer al mediodía, una cooperante de ACNUR me cogió la cabeza, me la giró hacia atrás y vi el abismo. Desde entonces intento que mis ojos miren en todas las direcciones.


         Siempre estás a tiempo. Pincha en la imagen de arriba y pon tu granito de arena en esta tu caravana.

“…Ahora los niños del mundo pueden ver / que este es un lugar mejor para estar / El lugar es donde hemos nacido / tan descuidado y dividido…”

         Salud y hasta pronto

Torremolinos, 21 de enero de 2011

17 de enero de 2011

Dinero por nada



         
         ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Qué nos está sucediendo? ¿Cómo es posible que nos preocupemos por cosas que en el fondo no tienen importancia y miremos para el lado opuesto a las que realmente sí la tienen? ¿Para qué existen palabras en los diccionarios si no se pueden decir ni siquiera como parte de un texto literario? ¿Es ofensivo utilizar la palabra “maricón” sin referirse a alguien en concreto, simplemente para intentar explicar una idea? ¿Es sexista usar la expresión “chicas gratis” cuando se compone una canción pretendiendo reflejar una realidad? ¿Es racista afirmar que alguien “toca los bongos como un chimpancé”?

         Pues aunque parezca mentira, y ojalá lo fuese, si le hiciésemos estas tres últimas preguntas al gobierno de Canadá sus respuestas serían: “sí” a la primera cuestión, “claro” a la segunda y “por supuesto” a la tercera. Parece ser que en Canadá, y sospecho que cada vez en más lugares del mundo, tienen el oído un pelín desafinado y donde los demás hemos escuchado desde hace veinticinco años una estupenda canción con buena letra y mejor música, ellos oyen el sonido de la degeneración de la raza humana y la apología de los más bajos instintos personales. En muchas ocasiones el pecado no está en el que canta sino en el que escucha con las orejas sucias.



         Una mañana abro mi virtual periódico de información musical y me encuentro con que la canción Money for nothing (que viene a significar “Dinero por nada”) del mítico grupo Dire Straits ha sido prohibida en las radios canadienses por considerarla “inaceptable” en base a las anteriores exposiciones. “Inaceptable” es el mejor adjetivo que se me ocurre en estos momentos, sin ánimo que llegar a las manos, para describir la actuación de unos tipos que se atreven a dictar normas de fe para el buen comportamiento del rebaño. Como nos parece ofensiva, sexista y racista, porque así nos hemos levantado esta mañana, pues la prohibimos y a esperar otra denuncia demente de otro de nuestros súbditos. Porque sí, la historia comienza con un señor que escucha la letra, le molesta y en lugar de apagar la radio, vivir y dejar vivir, se le ocurre denunciarla ante alguien con poder para prohibir su emisión. Y lo que es peor, estos le dieron cancha a la absurda acusación. 

         La canción trata de lo fácil que tienen algunos oficios (grupo musical de éxito, por ejemplo) el ganar dinero en abundancia en contraposición con otros trabajos más duros en los cuales el salario es infinita y obscenamente más pequeño. Y nada más. La canción no es que sea ofensiva, si no que es todo lo contrario: una auténtica autocrítica al mundo regalado donde Mark Knoppler y su grupo vivían ya en aquel lejano 1985. Por tanto es de agradecer que ellos mismos fueran conscientes de que por tocar unas guitarras les consideraran pseudo-dioses y que existían personas que trabajaban de sol a sol instalando cocinas y cargando pesadas neveras (como dice la canción) donde enfriar sus caras botellas de champagne francés.

         Como dijeron irónicamente hace ya unos años un grupo de punk español a los cuales si el señor canadiense les echara el oído se caería ipso facto redondo al suelo sufriendo espasmos y convulsiones varias: “Es increíble cómo resulta el sistema / os felicito y os doy mi enhorabuena”. Tras lo cual acababan su correcto pareado con un sonoro y dedicado eructo.

“…Tocas la guitarra en la MTV / eso no es trabajar…/… consigues dinero por nada y chicas gratis…”

         Salud y hasta pronto.

Torremolinos, 17 de enero de 2011