Hace años
que llevo dándole vueltas a la opción de escribir unas líneas acerca de un tema
y en una fecha concreta, pero cuando llega el momento siempre hasta ahora lo he
desestimado por una u otra razón. Unas veces, la verdad, por mi conocida, al
menos por mí, vaguera a la hora de ponerme a realizar una de las cosas que más
me gusta hacer, escribir. Otras, la mayoría, por pudor, sensación de poder
molestar a algunas personas y por respeto a esas mismas personas para que no se
sintieran ofendidas por mis palabras. Pero ahora pienso: la opinión en libertad
y expresada con educación y respeto no debería ofender a nadie y en caso de que
alguien se sintiera incomodado puede expresar su descontento y su propia
opinión con la misma educación y respeto. Con esta base y con una buena dosis
de honestidad y solidaridad se solucionarían muchos conflictos en este mundo
áspero donde vivimos.
Dicho esto
entremos a matar saltándonos pases, banderillas y picadores. Se avecinan días
de lluvias intermitentes. Días en los que no nos valen las previsiones
meteorológicas a grandes rasgos de las noticias de las tres. Días de
inexplicables alegrías y no menos inexplicables e irritantes lloros. Llegan
días de lluvia y llantos.
Comienza la
semana santa con la amenaza del agua a los tronos, imágenes e ilusiones de
mucha gente. Gente que durante un año sueñan con procesionar junto a la imagen
de la que son devotos para demostrarle su amor y sumisión. La misma agua que
durante todo el año es bien recibida por su necesidad para la vida, es objetada
y rechazada cuando se presenta inoportunamente antes o durante cualquier
procesión. Y es entonces cuando comienza la tragedia. Mujeres vestidas de
mantilla negra desconsoladas, niños llorando a lágrima viva, hombres con un
nudo en la garganta. Todos extremadamente tristes y preguntando al cielo el por
qué de tanta desgracia. Por qué se ceba la mala suerte con ellos. Por qué el
mismo dios al que idolatran les niega la oportunidad de sacarlo a pasear por
las calles luciendo sus mejores galas, mantos cubiertos de oro, artilugios en
plata de ley. ¿Por qué la mala suerte se ceba con ellos si ellos le dan todo a
su dios?
Quizá sea
por eso. En las preguntas están las respuestas. En caso que exista un dios que
nos vigila y nos quiere y nos protege y nos juzga, creo que no le gustaría nada
ese tipo de acontecimientos tan pomposos y exagerados mientras sus fieles se
olvidan del auténtico significado de estos días y de todos los demás del año. Y
mucho menos que se llore por esa razón y después, las mismas personas, vean las
noticias diarias repletas de injusticias en el mundo sin inmutarse absolutamente
por nada.
Por eso por
fin escribo estas lineas. Para manifestar mi opinión cada vez más sopesada que
la semana santa no son más que unas fechas en las que hay unos días de fiesta
laboral donde una de las muchas opciones para pasar el rato es ver las
procesiones que una serie de cofradías organizan con un dinero que seguro que a
su homenajeado le parecería excesivo en grado sumo.
“Y perdí la cuenta
de las veces que te amé / Desquicié tu
vida por ponerla junto a mí / Vomité mi
alma en cada verso que te di / Olvidé, me
quedan tantas cosas que decir…/… ¿Cuánto más
necesito para ser Dios?”
Salud y Rock’n’Roll
Torremolinos, 24 de marzo
de 2013
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