Ya
llegó. No sé si por fin pero ya está aquí. Llegan estos días cargados de
espumillón alrededor de los cuadros, de villancicos surrealistas, de belenes
con figuras humanas desproporcionadas con sus supuestas viviendas, de estrellas
fugaces seguidas por tres señores: uno de barba blanca, otro pelirrojo y el
último negro con sendos regalos a cual más extraño, de árboles decorados con
bolas de colores y una vez más el espumillón rodeándolo todo, de estampas
nevadas en plena costa del sol, de pascueros que año tras año intentan
sobrevivir con tan solo sus ramitas a la llegada de la siguiente navidad, de
felicitaciones sin sentido ni fondo, de calles iluminadas en exceso cual Las
Vegas en su apogeo con la única intención de incentivar el consumo comercial,
de loterías ilusionantes cuando es el sorteo que menos probabilidad tiene de
agraciarte, de mensajes públicos de nuestros dirigentes llenos de hipócrita alegría
e ilusión, de celebraciones de llegada de nuevo año como si el día 1 de enero
no fuera exactamente igual al día 31 de diciembre, de tradiciones absurdas que
no nos paramos a razonar ya que se nos vendría abajo casi toda nuestra
existencia, de compras innecesarias para regalar a gente que no las necesita,
de comidas obscenamente copiosas cuando sabemos que a la vuelta de la esquina
alguien haría lo que fuera por comer la mitad de lo que te sobra en tu plato
con filos dorados. En resumen, ha llegado a nuestra localidad el teatro anual de
la mentira y la hipocresía. Ya es Navidad en El Corte Inglés.
Un
año más llegan estos entrañables días de paz y amor fraternal entre todos los
pueblos del mundo. ¿Todos? No. Más bien casi ninguno porque el país que no está
en guerra con otro u otros, lo están sus habitantes y sus familias entre sí.
Pero nos da igual. Lo importante es comprar cosas, decirnos de vez en cuando lo
afortunados que somos de vivir donde vivimos y la penita que nos dan los
negritos del África. Con eso limpiamos nuestras conciencias y seguimos
engullendo langostinos como si fueran ambrosía y el verdadero fin del mundo
llegara ese mismo día después de las copas y el cava. Si los negritos hubieran
inventado el catolicismo (porque no hay que olvidar que estas son unas fiestas
católicas le pese a quien le pese y como tales deberían de regirse por un sentimiento
real y demostrable de solidaridad, respeto y comprensión para con el prójimo)
otro gallo, o mejor otro pavo, les cantaría. Y nos cantaría a nosotros, claro.
No
digo que no haya que celebrar la Navidad. Únicamente pienso que debería de ser más
comedida y coherente con la verdadera esencia de la fiesta. Se conmemora el
nacimiento de una persona humilde alrededor de la cual se edificó una de las
religiones con más seguidores del mundo. Religión cuyos pilares fundamentales
son el amor al prójimo, la ayuda a los más desfavorecidos y ofrecer la otra
mejilla. Y eso no es lo que yo veo ni en Navidad ni el resto del año. ¿Por qué?
“La vida no me sonríe / me cago
en la humanidad. / Hace un frío de cojones / va a llegar la Navidad. / Y si me
queda algún diente comeremos turrón. / Me estoy haciendo de vientre dentro del
corazón…”
Salud y rock’n’roll
Torremolinos, 23 de diciembre de 2012
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