Este relato lo escribí la mitad en el aeropuerto de Málaga y la otra mitad en un parque de Madrid, hace ya unos años, justo el día en que emprendía con mi pareja el viaje que más nos ha marcado hasta la fecha por varias razones. Recuerdo que se me ocurrió al ver a un personaje muy parecido al que se describe en el texto esperando a subir al mismo avión que nos llevó a la capital esa mañana. Es muy probable, casi seguro, que su vida no tuviera nada que ver con esta pequeña historia que mi mente inventó y que estás a punto de comenzar a leer pero... ¿y si no fuera así?
Próxima estación Esperanza
Inquieto. La alegría y la euforia
que lo inundaba apenas unas horas antes había dado paso a una fría sensación de
incertidumbre. Hacía ya bastante tiempo, unos cinco minutos, que había decidido
amenizar la espera con la estridente música guardada en su reproductor
portátil.
Permanecía
inmóvil. Con la mirada clavada en un punto al final del largo pasillo. Ni su
pié marcando el ritmo, ni tan siquiera un ligero balanceo de su cabeza se
apreciaban en él. De no ser por el cada vez más frecuente, y ya casi reflejo,
movimiento de su mano para asir el móvil y comprobar con desánimo que seguía
sin haber alguna llamada, hubiera parecido una estatua homenaje al viajero
paciente y conformista. Absolutamente inerte.
La dura vida
del emigrante forzoso se les había hecho mucho más llevadera desde el momento
en el que sus vidas se cruzaron. Ahora podían volver y comenzar a vivir
verdaderamente. Se habían despedido hacía sólo unos instantes con la promesa de
encontrarse en la terminal internacional del aeropuerto y así emprender juntos
dos viajes: uno de vuelta a casa y otro de inicio de sus auténticas vidas.
Su firme intención de no
mirar el teléfono hasta el final de cada canción que indiferentemente escuchaba, se diluía dos o tres veces en cada una de ellas. ¿Y si al guardarlo la última
vez se apagó por accidente? A lo peor el modo vibración del aviso de llamada se
había estropeado en ese momento. ¿Y si en el bolsillo pierde toda la cobertura?
La fila de
embarque de su vuelo, que hacía sólo un instante se veía insoportablemente
larga, se veía cada vez más corta. Y su tiempo aún lo era más. Las dudas le
asaltaban cada vez con más crudeza ¿Realmente quería volver a su país sin ella?
¿Realmente haría bien en quedarse si ella había decidido dejarle ir?
Se desconectó
momentáneamente del reproductor de música sin dejar en ningún momento de mirar
al principio del pasillo por donde ella no tardaría en aparecer. Eso pensaba
él. Eso quería él.
No podía
esperar más. La azafata de tierra lo instó varías veces a embarcar y él,
desolado y como por inercia, se levantó de su asiento, miró una vez más su
teléfono y entregó su documentación a la simpática azafata contestando a su
alegre saludo con un inaudible murmullo. Anduvo hacia la puerta del avión. Una
última mirada hacia atrás. Bueno, otra más. La última. Nada. “Todo lo que
termina, termina mal”, cantaba alguien dentro de su cabeza.
Ya sentado en
su asiento y sin dejar de mirar por la ventanilla se le ocurrió que aún había
tiempo antes de que la tripulación cerrara las puertas de la aeronave. Pensó
que igual paraban el avión en su camino hacia la pista de despegue a causa de
una última pasajera rezagada. Quizá entró después que él, o puede que por otra
puerta, y estaba en algún asiento en la parte de atrás del avión.
Verdaderamente
ha pasado mucho tiempo. Más del que cualquier persona pudiera concebir. Pero
aún hoy sigue esperando que un día, seguro que no muy lejano, llame a su puerta
el amor, que no hace mucho, sembró en él la dolorosa semilla de la esperanza.
La esperanza es lo último que se pierde. La imaginación al poder. El amor es complicado y la vida aún más, pero si se unen amor, esperanza e imaginación todo puede llegar a buen puerto, aunque se tenga que esperar como el protagonista de tu historia. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarGracias por tus palabras, "anónimo". Aunque creo que sé quien eres, jejeje
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