15 de noviembre de 2014

Sin solución

03 Sin solución by Leño- Mas madera on Grooveshark
 A veces pienso que soy yo el raro porque no puedo entender ciertas cosas que mis ojos me obligan a procesar. Y al parecer son cosas de lo más normal a juzgar por el tratamiento que le dan los medios de comunicación y la reacción pasiva y aborregada de los receptores. Sé que igual me meto en camisa de once varas pero, qué coño, hacía tiempo que no lo hacía… y me gusta.

Cantan Leño que  “Las noticias van a peor pero estamos tranquilos frente al televisor”. Y no le faltaba razón hace ya treinta y pico de años. Hace un par de noches me sorprendí viendo las noticias de la noche después de un largo día y la verdad es que me indigné una vez más, casi como cada noche. Al parecer hay varios tipos que se auto inculpan de un asesinato frente a las cámaras de una televisión de un país por todos conocido como “desarrollado” (qué eso también da para una larga charla). Dejando de lado que evidentemente sólo pudo ser uno el autor material del crimen y que parece que sería una especie de premio patriótico nacional el ser declarado como verdadero autor de tal barbarie, mi asombro no deja de crecer al comprobar que la noticia no cuenta nada acerca de las consecuencias penales de tal confesión. Mi sorpresa sigue en aumento cuando ve que la noticia no expone la posición del gobierno ni los estamentos judiciales correspondientes ante semejante barbarie. Mi estupor crece por momentos al no recibir ningún tipo de crítica por parte de los periodistas que dan la noticia tan fríos como de costumbre.

¿De verdad soy tan raro que me indigno ante tal despropósito? Si el hecho de pensar que no existe ninguna razón; repito imperativamente, absolutamente ninguna razón para justificar la muerte a conciencia de una persona a manos de otra me convierte en un bicho extraño, apartado de la realidad de esta sociedad hipócrita en la que vivimos, marginal sociológica  y políticamente hablando,  en definitiva lo que todos entendemos como “raro”, pues sí lo soy. Soy raro porque pienso que nadie, y cuando digo nadie es nadie,  tiene el derecho a disponer de la vida de otro. Porque pienso que son cómplices los que ordenan esos asesinatos, los que los encubren, los que los disfrazan de necesarios para la seguridad del país, los que dan la noticia al mundo entero sin el más mínimo pudor ni crítica, y si me apuran, los que ven las noticias tranquilos frente al televisor.



El asesinado en cuestión, si aún no lo han adivinado, es Osama Bin Laden. Y lo que pasó desde que, por lo visto, a él mismo se le ocurrió estrellar varios aviones en distintos lugares de Estados Unidos y provocar miles de muertes en un asqueroso y cobarde acto de locura terrorista sin precedentes y sin sentido ninguno, se llama venganza. Y la educación que he recibido por diferentes cauces a lo largo de mi vida me dice que eso está mal. Que la venganza es un acto rastrero propio de seres indignos. Y más aún cuando esa venganza consiste en matar a tu oponente.

Al parecer el ser humano es así. Pero yo, con todos mis defectos, me rebelo ante eso.

“Encerrado en mi habitación / la vida parece una dura actuación. / Fumo un cigarro, miro el reloj / mientras el mundo lucha por cualquier razón”
(M. Tena)

Nota: La canción “Sin solución” (con letra de Manolo Tena), que puedes escuchar al comienzo de este post, está incluida en el segundo disco de Leño titulado “Mas madera”. En él se pueden escuchar arreglos que van más allá de la guitarra, bajo y batería que formaban el grupo en sí. Eso es debido a la mano de Teddy Bautista, que les produjo el disco y pensaba que algunos sonidos más modernos les harían conectar más fácilmente con el gran público. El siguiente disco fue “En directo” para demostrar a sus fieles que Leño seguía siendo una banda de rock de barrio que no se vendía por nada. Aún así el propio Teddy formó parte de la banda que acompañó a Leño en esa actuación. Mención aparte merece el solo de Rosendo de esta canción. Bajo mi punto de vista, el mejor de la corta trayectoria de la banda.


            Salud y rock and roll.

31 de octubre de 2014

No hay olvido (Carta a una amiga)

Nos Volveremos A Ver by Andrés Calamaro on Grooveshark


Hola Laura.

Hoy hace ya un año y hace tan sólo un año que te fuiste. Esta frase, que puede parecer muy boba, ha estado muy presente y ha tenido mucho sentido para los que estábamos a tu lado. En muchas ocasiones hemos coincidido en "mira el tiempo que ha pasado" y a continuación en "si es que sólo han pasado tantos o cuantos meses". Para todos, tu marcha, fue un durísimo trago que aún nos cuesta digerir aunque, sinceramente, en el fondo sabíamos que no ibas a poder quedarte por aquí mucho tiempo más. Estos días están siendo amargos por lo significativo de la fecha. Me han venido a la cabeza muchos momentos compartidos y muchos otros que hubiera querido compartir y que, al irte, me dejaste con el agrio sabor de no haber hecho esto o lo otro, de no haberte dicho esto o lo otro, de no haber estado más encima de ti y menos de mi sabiendo por lo que estabas pasando.

El día después de tu marcha fue sobrecogedor. Esos días no quise contártelo, pero ahora ya sabrás que una tía de Ángela muy querida por nosotros también estaba preparando su marcha y se fue el mismo día que tú. Mejor, así ninguna de las dos hicisteis el viaje solas. Se llama Mamen, seguro que os conocisteis en el camino. Como te decía, el día después fue atroz. Nos reunimos en un lugar, muy cercanas las dos familias, para despediros. No veas la de gente que fue a interesarse por ti al enterarse de tu marcha. Experimenté dos sentimientos contrapuestos: desprecio y enfado por los que creía más cercanos y no vinieron, y alegría e ilusión por los que creía más lejanos y vinieron. Ya me conoces, estos últimos me ganaron ya para toda la vida. De los primeros, mejor no hablar.

Fue un día de muchas emociones. Fue ahí, maldita sea y no antes, cuando empecé a caer en la cuenta de las muchas cosas que podría haber hecho de más para que la preparación de tu viaje te hubiese resultado más serena, más cómoda. Para que te hubieras sentido más arropada, más entendida, por la gente más cercana a ti si exceptuamos tu familia, claro. Por cierto, vaya cómo me hicieron sentir todos tus hermanos y tu madre. El cariño que me trasmitieron cada uno de ellos, de su parte y de la tuya, me ponía los pelos de punta y aún me los sigue poniendo. La verdad es que cada vez que me decían algún halago sabía que venía de ti, y eso me hacía sentir mejor. ¿Y tu madre? ¿Qué me dices de tu madre? A la pobre se le escaparon de entre los dedos en apenas unos meses dos de sus sustentos vitales. Pero no te preocupes por ella, está bien atendida por toda tu familia. Yo la llamo de vez en cuando y creo que a ella le hace ilusión que me acuerde. De hecho una vez que la llamé fue en su cumpleaños sin saberlo, así que mira qué bien quedé.

En cuanto al trabajo este año no ha ido del todo mal. Ni de muy lejos como cuando los dos nos enfrentábamos cada día a nuestros guiris a entregarles pisos en plena construcción, con pintores, pulidores y albañiles mezclándose con la mudanza y la ilusión del pobre cliente. ¡Madre mía, qué locura! Pero vamos, nos hemos sacado un sueldecito y eso, tú ya lo sabes, en estos días inciertos ya es mucho. Ah, no sabes a cuánta gente le he dicho, durante todo este tiempo de ausencia, que te tuviste que ir (y sé que seguiré haciéndolo durante un tiempo). Puedes estar tranquila porque mucha más gente de la que imaginas te tiene en estima. Lástima que no puedas agradecerles en persona su preocupación pero no te preocupes que de eso me estoy encargando yo. Ya tendrás ocasión más adelante de hacerlo tú misma.

En los meses siguientes a tu partida nos vimos varias veces con Antonio y los niños. Bueno, “los niños”. Antoñito ya va teniendo poco de “ñito”, y Laura, ya lo pudiste comprobar tú misma, es una chica independiente y muy centrada. A Antonio entre todos le hemos echado una mano en lo que cada uno podía y pudo ir ordenando todo poco a poco. ¿Ves? Estas son una de las cosas que deberíamos haber hecho más cuando podíamos hacerlo: salir a comer, a cenar o lo que sea. Lo hicimos, pero ahora siento que pocas veces. Hace unos días vi en la calle un cartel anunciando la opera Carmen y me trajo a la memoria la noche que fuimos a verla al Cervantes. ¿Te acuerdas? A mí me encantó, pero era un viernes por la noche, después de una larga semana, y los asientos que teníamos no eran de lo más cómodo que digamos. Recuerdo perfectamente la buena compañía por supuesto, la escenografía, la música, los subtítulos con los cuales se podía seguir la historia perfectamente, y los difíciles taburetes altos de bar de pueblo. Por cierto, no lo cambiaría por nada.

A veces aún me parece verte por la calle en algún andar, en algún peinado, en alguna ropa, en algún verso de una canción, que me hace volver a cuando estabas aquí. Cuando lo llevabas todo para adelante, tú sola, hasta que ya no pudiste más y tuviste que dejarlo. Ah, me acabo de acordar de una cosa. ¿Te acuerdas de Araceli, la abogada que era muy simpática y que llevó las compras de varios clientes de Jardín Botánico? Pues vas a flipar. Aparece de guionista en la serie “La que se avecina”. La de los vecinos que te gustaba ver. Te lo cuento en esta carta porque nadie más de nuestro entorno puede apreciar de verdad la graciosa coincidencia de haber estado tratando a esta chica como abogada en el día a día y de pronto verla en los créditos de una serie de televisión tan aclamada. Y claro, cuando me di cuenta un día ya no te lo pude decir porque ya no estabas.

Bueno, no sé cómo despedirme, la verdad. Seguro que me dejo muchas cosas por contarte pero estoy seguro que estás al loro de más de lo que imaginamos por aquí. Menuda eres. Ángela y yo estamos bien. Hemos pasado un año muy difícil, con más despedidas de las precisas, pero nos hemos estado apoyando el uno en el otro y creemos que de momento todo ha pasado. Sabía que esto te iba a alegrar (lo de que ahora ya ha pasado no lo del año difícil, claro).

Laura, feliz cumpleaños con un día de retraso, cuídate mucho estés donde estés y no dudes, porque yo no lo hago, que nos volveremos a ver.

No hay olvido cuando existe
la amistad y el respeto,
el recuerdo de momentos entrañables,
alegrías y secretos.
Nos volveremos a ver
porque siempre hay un regreso.
Por eso, contá con eso.
Pongo mi mano en el fuego por vos.

(J. Larrosa, A. Calamaro)

25 de diciembre de 2013

Navidad, cruel Navidad



         Este año no hubiera querido escribir nada sobre lo que estoy escribiendo pero lamentablemente los acontecimientos me empujan a ello como un suicida al borde de un acantilado agobiado por las circunstancias que le han llevado hasta allí. Cada año se divide naturalmente en estaciones y nosotros las dividimos a su vez en subestaciones más o menos consensuadas. Así, más que de la primavera nos acordamos cada año de la Semana Santa y del Corte Inglés. El verano lo sentimos como la noche de San Juan, los días largos y luminosos, el calor, los helados, las cervezas frías y el descanso vacacional. El otoño llega con la nostalgia del verano a cuestas, las castañas y los primeros fríos. Todos estos acontecimientos y sensaciones nos hacen que cada uno de nosotros percibamos cada momento del año de manera distinta, con momentos comunes pero de forma diferente. Y llega el invierno. Frío, nieve... y Navidad.



         No consigo identificar ningún momento del año con unos sentimientos más crudos y reales. Hace tiempo recuerdo estos días con ilusión, primero por no tener que ir a clases, después por las sorpresas materiales que te esperaban. Incluso, llegado un momento, esperábamos con ilusión la llegada de la Navidad para estar más tiempo juntos parejas, amigos y, por qué no, familia. Fuimos ilusos y caímos en la trampa. La crueldad disfruta más cuanto más inesperada es su llegada. La Navidad nos encandiló cuando éramos tiernos y nos vendió que sus días eran días de felicidad y paz. Y continúa haciéndolo con la gente que se deja. Se ve que la Navidad no tiene televisión, ni periódicos, ni siquiera una conexión a internet, y seguro que nunca tuvo amigos y familiares que disfrutaron con ella y que ya no están. Esas son las únicas razones que encuentro para disculparla. Si es tan ilusa e inocente como para no tener sentimientos de nostalgia y de culpa entonces sí la disculpo. Si no, lo siento pero debo, desde estas líneas, llamar a las cosas por su nombre y ese no es otro que "cruel". La Navidad es cruel porque nos recuerda cínicamente que no hace ni un año estábamos compartiendo un momento con alguien que ya no está. Es cruel porque no permite que otros momentos del año, más naturales, tengan su protagonismo. Es cruel porque te empuja y te obliga a ser feliz cuando tú no quieres. Es cruel porque si no estás en consonancia con la mayoría de los mortales de tu alrededor eres el bicho raro y se encarga de azuzarlos para que te sientas peor aún. Es cruel porque vuelve cada año a comprobar que todo sigue adelante según su maquiavélico guión. Es cruel porque a la más mínima ocasión que tiene te golpea una vez más. Es cruel porque utiliza sus siervos navideños para hacerte sentir peor. La Navidad es cruel... y lo sabe. Y eso la hace más cruel aún.



         Cruel: Que se deleita en hacer sufrir o se complace en los padecimientos ajenos.



Salud y rock and roll.

3 de noviembre de 2013

Tus ojos jamás se cerraron

Nessun Dorma by Jeff Beck on Grooveshark

No conozco, ni creo que vaya a conocer nunca en mi vida, a una persona con una fortaleza tan arraigada en su interior. Y se ha ido. Nunca, y lo digo sin reparo alguno, tuvimos una discusión. Obviamente en algunos aspectos de la vida y el trabajo pensábamos de maneras distintas, hablábamos de ello y nunca, absolutamente nunca, nos enfadamos por ello. Pero se ha ido. Aunque estábamos prevenidos no estábamos preparados para el amargo, áspero y abrasivo trago de estos días. Y finalmente se ha ido. Aunque lo ha hecho, y doy fe de ello, junto a lo que más quería en el mundo: su familia.

Llevo varios días, y no sólo estas desgarradoras últimas horas, teniendo fogonazos en mi cabeza de los muchos momentos compartidos. Estaba yo sentado en una mesa junto a la puerta de la oficina donde sólo hacia unos meses había empezado mi periplo profesional cuando una chica de cara amable, voz suave y porte seguro entró y me preguntó por el nombre de la que sería nuestra futura pseudo jefa. Desde ese momento hasta ahora. No, hasta siempre. Yo siempre la llamé mi compañera, y lo sigo haciendo, aunque ya quisieran muchos mal llamados amigos tener la amistad, el respeto, la confianza, la generosidad, el entendimiento, la solidaridad, la complicidad y el cariño que nosotros hemos compartido todos estos años. Hemos crecido juntos, sí. Y lo digo sin pudor alguno aunque cuando nos conocimos yo estaba a punto de entrar en la treintena y ella llevará unos años disfrutándola. Los dos juntos, codo con codo, fuimos aprendiendo el oficio a la par, atendiendo a nuestros clientes con amabilidad y peleando con abogados con tesón en un mundo ajeno al nuestro pero que conseguimos dominar porque nos teníamos el uno al otro. Yo sabía si una situación era mejor que la gestionara ella y ella conocía, aunque yo no lo supiera, donde podría yo sacar más provecho en beneficio de todos. Nos lo decíamos y punto, a trabajar. Creo que compenetración absoluta es una buena manera de definirlo.

En verano almorzábamos un bocadillo en la playa y volvíamos a la oficina para continuar la tarde. Tal era mi ignorancia en algunos aspectos, y por eso digo que hemos crecido juntos, que cuando cayeron las torres gemelas fue ella, mientras compartíamos una paella, la que me ilustró al respecto. Recuerdo que el primer regalo que me hizo fue un bolígrafo de Disney de su viaje familiar a Orlando. El mío fue un disco de un cantante de soul. Años más tarde, sin aviso alguno, se presentó en una comida con un bolígrafo (ya no de Mickey Mouse) para mí y otro para otro miembro de nuestro equipo. Hemos ido al teatro, a conciertos, a la ópera (mi primera ópera). Hemos reído y hemos llorado juntos.

Generosa y siempre cuidando del niño, que no era otro que yo. Cuando le diagnosticaron su maldita enfermedad yo me encontraba realizando uno de los mejores viajes que he hecho y ella lo sabía perfectamente. Aunque hablamos en alguna ocasión en esos días ella decidió no darme la noticia hasta mi vuelta. Para no estropearme el viaje. Siempre pensando en los demás. Durante todos estos años de dura lucha nunca se despreocupó, ni mucho menos, de su familia. Con la misma fuerza con la que luchó hasta el final contra su destino, y en varias ocasiones ganó, defendía y protegía a su marido, a su hijo y a su hija. Aún no consigo comprender de donde podía emerger tanta fortaleza para llevar tantos y tantos asuntos contra viento y marea. Y en mitad de todo, encima, me ayudó a mí en muchas ocasiones en las cuales mi desconcierto crecía cuando la veía a ella dándome ánimos a mí. En una de esas ocasiones le regalé unos versos robados de una canción que decían:

"Las piernas a mí me temblaron
y tus ojos jamás se cerraron"

Sus ojos nunca se cerraron para ayudar a sus seres queridos, a los cuales tengo el honor de humildemente pertenecer.

Y aunque se haya ido siempre estará aquí. En muchas circunstacias se dice esto mismo y yo incluso lo he pensado en otros momentos de mi vida, pero siento en lo más profundo de mi ser que esta ocasión es distinta. Esta ocasión es especial como lo era ella. Y así como, y perdonad que mi vicio musical se entrometa en estas líneas, Los Secretos siguen dedicando cada concierto a su alma desaparecida hace ya algunos años, cada trabajo finalizado será obra mía y de mi compañera Laura.


Buen fin de semana Laura, nos vemos el lunes. 


30 de julio de 2013

Los Junglatos. Relatos desde la jungla. Hoy: Esta es mi generación

         La siguiente historia trata de las diferencias entre dos generaciones correlativas y la manera de afrontarlas de cada una de las partes. La escribí, una vez más, con el incentivo del diario El País y por ello le doy las gracias ya que puede que de otra manera no me hubiera puesto sobre un papel en blanco (porque antes me enfrentaba a un papel en blanco y no a una pantalla en blanco como ahora) a desarrollar la idea de enfrentar los pensamientos y las actitudes de padres e hijos. El egocentrismo innato en el ser humano le hace pensar que el mundo empezó el día que él mismo nació y por consiguiente acabará el día que él desaparezca. Por eso aunque él como individuo se enfrente a su circunstancia por primera vez, el ser humano como colectivo ya lo ha hecho millones de millones de veces antes que él. Otras ropas, otras leyes, otras lenguas; pero las mismas situaciones. El incidente que viven los protagonistas en la narración es el mismo que viven otros en todas las partes del mundo y el mismo que vivieron otros en todas las partes de la Historia. El mismo planteamiento aunque, quizá, distinto final…


Esta es mi generación

            Volvían cansados. Ella iba al volante pero tenían la impresión de que el Mercedes último modelo que habían adquirido recientemente podría llevarles de vuelta a casa con una simple orden vocal. La cena había sido bastante agradable aunque el tema principal de conversación fuera el de siempre: los hijos. Por supuesto todos eran muy estudiosos, respetuosos, altos y guapos. Si por casualidad uno daba muestras de alguna leve transgresión no era, claro está, el propio. Como mucho confesaban que les habían pillado alguna vez en una mentirijilla excusándolos seguidamente con frases tales como “es que está en una edad muy difícil” o “es que creo que tiene un amiguito (o amiguita) que se las trae”.

            Al pasar por la Plaza Vieja tuvieron que bajar la ventanilla para, no dando crédito a lo que sus ojos les mostraban, descubrir a su retoño sentado en el capó de un coche, con el maletero abierto y despidiendo un ruido estruendoso al que había degenerado la música, rodeado de amigotes, vasos de cubatas y un muy sospechoso cigarrillo entre los dedos. Sabiamente decidieron que sería mejor tener “la conversación” en casa. La noche se preveía larga.

            El pequeño paulatinamente había dejado de ir al cine y al “burger” para directamente quedar con sus colegas en la plaza, siempre en el mismo sitio. Le había costado que sus padres le dejaran de sermonear cada mañana al bajar a desayunar a causa de la importante longitud de su pelo que, al mismo tiempo, le servía para tapar los más de un agujero que tenía en la oreja derecha y que nada más salir de casa insertaba con distintos tipos de pendientes. Aún le estaba dando vueltas a como hacer para que no se notara mucho el próximo que se pondría en una de las cejas. Algún que otro tatuaje trivial decoraba sus brazos. En cuanto al vestuario todo parecía ir al revés: las mangas largas de las camisetas asomando bajo las cortas de verano, los calzoncillos en su lugar pero dejándose ver sobre los cada vez más caídos pantalones. “Un desastre sin ningún tipo de futuro”, mascullaban sus padres a la más mínima ocasión.

            Sus padres habían, si no comprendido, medio tolerado todos estos cambios. ¿Qué podían hacer? Tan sólo les quedaba esperar que el paso del tiempo le hiciera entrar en razón. Pero esto ya era el colmo. Esto no lo podían dejar pasar. El apocalipsis se avecinaba y ellos eran los únicos que se daban cuenta de ello. Su niño se les iba de las manos hacia el oscuro mundo de las drogas. Aunque no salieran, como era habitual, demasiadas palabras de su boca, la comunicación con sus padres tampoco era su fuerte, al menos esa noche escucharía los reproches y castigos de sus progenitores.

            Ya en casa, mientras tomaban una última copa decidiendo quien empezaría la charla cuando llegara el niño, fueron cayendo en la cuenta de algunos pequeños detalles olvidados.

            Realmente el pelo tan largo no era nada del otro mundo, él mismo sin ir más lejos lo había lucido bastante tiempo en su etapa universitaria. Más concretamente cuando su mujer se enamoró de él. Ella había llevado más que un solo agujero en la oreja. Las circunstancias que rodearon la realización del tatuaje con el que él fue marcado en la mili probablemente no difirieron tanto de las que llevaron al chico a hacerse los suyos. Recordaron que les gustaba subir el volumen de los "picús" para así poder bailar más alocadamente. Una sonrisa nostálgica afloró en ambos al pensar en los enfrentamientos que tuvieron en más de una ocasión con “los grises” y, sin saber cómo, los relacionaron con las pintadas que el chico había hecho en los bancos del parque el verano pasado. Varias horas estuvieron encontrando toda clase de paralelismos hasta que resignadamente comprobaron también que un día, al acabar unos exámenes finales, se lo habían pasado en grande fumando unos cuantos porros en el Seat 124 rojo de un amigo del barrio.

            Fue justo en ese momento cuando sintieron la puerta de la casa y apareció su hijo. El hijo del que hasta hace unas horas les separaba un abismo y que ahora sentían, con renovada ilusión, más cerca que nunca.

            -¿Qué pasa? ¿Qué hacéis aún despiertos?


            -Nada hijo, acabamos de llegar.