Era una preciosa mañana de un invierno que comenzaba a tocar a su fin. Aunque era día laborable me encontraba paseando por la calle Larios haciendo de improvisado guía turístico a unos queridos amigos valencianos. Todo era perfecto, habíamos visitado distintos puntos de interés de la capital y nos disponíamos a coger el coche con la intención de degustar un auténtico plato de los montes. Entonces ocurrió. Mientras comentaba a mis invitados lo bien que estaba quedando Málaga y otras cuestiones alabando la patria chica la vi a unos doscientos metros delante nuestra. Mis amigos no cayeron en el detalle, pero yo sí. Se la veía segura de sí misma, atenta a todo lo que ocurría a su alrededor, convencida de que sus proposiciones eran honestas y que nadie se podría negar a sus ofrecimientos. Caminábamos hacia ella y ella lo sabía. Estoy seguro de que apreció mi presencia mucho antes de que llamara mi atención. Por esa razón dejó que pasaran unos y otros por su lado sin apenas insistir en su reclamo. Me vio y me eligió. Decidió que yo era su objetivo y que al mismo tiempo no me podría negar a su ofrecimiento. Y si de paso mis amigos se animaban a unirse a nosotros pues miel sobre hojuelas. Yo sabía, a cada paso que nos acercábamos a ella, que nuestro encuentro era inevitable. Alguna extraña atracción emanaba de aquel ser y se difuminaba a su alrededor provocando un campo magnético al que pocos se podrían resistir. Al final, creí que lo lograba. Por un breve instante pensé que había conseguido evitar caer en la tentación pero tan solo fue otro truco de su juego femenino. Al pasar junto a ella, no antes, sino en ese preciso momento, me abordó. Estaba sola, seguro que no casualmente. Me había elegido para su propósito y eso era lo único que en esas circunstancias le importaba. Estaba perdido. Al oir su proposición no pude negarme. Lo admito, no pude. Y lo que es mejor… me alegro de no haberlo hecho.
A partir de ese día colaboro mensualmente con una cantidad paupérrima a que los refugiados de este loco e hipócrita mundo se les hagan los días un poco menos trágicos y largos. Refugiados de países con conflictos bélicos los cuales de un día para otro se encuentran sin una casa, un barrio, una ciudad, un país al que volver. Son personas, sí personas, a los que se les expulsa directa o indirectamente de sus hogares tan solo porque unos pocos están peleados con otros pocos por dinero y poder. Básicamente eso es lo que pasa. Y pasa, claro está, en ese otro mundo que existe simplemente girando la cabeza hacia el lado contrario de donde siempre la volvemos. Ahí mismito. Mi aportación es insignificante, pero, como ya dijo Lola Flores en su momento: “si cada español me diera una peseta podría saldar mis deudas”. No estamos hablando de una peseta, sino de la suma de muchas “una peseta”. Y esto sí que es necesario. Si los gobiernos fueran cabales, sensatos y altruistas no existiría este problema. Pero no lo son y por lo tanto existe.
Ese día en la calle Larios, en una primaveral mañana de invierno, cuando yo tan solo miraba hacia lo bonita que estaba mi ciudad y lo bien que íbamos a comer al mediodía, una cooperante de ACNUR me cogió la cabeza, me la giró hacia atrás y vi el abismo. Desde entonces intento que mis ojos miren en todas las direcciones.
Siempre estás a tiempo. Pincha en la imagen de arriba y pon tu granito de arena en esta tu caravana.
Siempre estás a tiempo. Pincha en la imagen de arriba y pon tu granito de arena en esta tu caravana.
“…Ahora los niños del mundo pueden ver / que este es un lugar mejor para estar / El lugar es donde hemos nacido / tan descuidado y dividido…”
Salud y hasta pronto
Torremolinos, 21 de enero de 2011